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Perú

La recreación popular de un farsante

Fuentes: Rebelión

En uno de los libros más relevantes de la producción de Carlos Marx, podemos observar una reflexión que hace a partir de una aseveración de Hegel, que la historia se repite dos veces, él agrega además, que una es como tragedia, y la otra como farsa. Diferentes episodios de la historia así lo han demostrado. […]

En uno de los libros más relevantes de la producción de Carlos Marx, podemos observar una reflexión que hace a partir de una aseveración de Hegel, que la historia se repite dos veces, él agrega además, que una es como tragedia, y la otra como farsa. Diferentes episodios de la historia así lo han demostrado.

Este juicio que se hace de la historia ha sido causa de innumerables abstracciones, que han generado puntos de vista disímiles que van desde lo más arbitrario, hasta odiosas comparaciones que no conservan la más mínima relación con la cavilación citada; en el presente artículo tratamos de guardar la mayor fidelidad a la reflexión original.

Hay en la literatura nacional, un pequeño drama que no obstante su final feliz, transcurre en una cadena de sucesos trágicos, motivo por el cual muchos le denominan tragedia, nos referimos a Ollantay, que además de su contenido aciago, ha atravesado un proceso desventurado, ya que su controversial autoría y proveniencia no le ha permitido lograr un reconocimiento adecuado.

El drama Ollantay, es una historia que transcurre en el periodo del Inca Pachacuti, los personajes sufren profundos quebrantos alrededor de buena parte de su vida; sobre todo la protagonista mujer Cusi Coyllor, que incluso sufre cárcel y humillaciones; el protagonista varón, Ollantay, también padece de amarguras propias de su rol. La tragedia se constituye en esta historia en tanto transcurre en un entorno de inmolaciones y tormentos enfrentados contra un destino manifiesto. Al final los protagonistas, luego de una honda expiación, logran reunirse para vivir su amor plenamente.

El móvil principal de esta historia es el amor, que no es privilegio de las historias de romance o de los melodramas apasionados; toda tragedia esta signada por grandes emociones, casi siempre expuestas en dimensiones grávidas, que permiten a la historia brindar un contenido altamente denso y sumamente abrasador. El drama en cuestión no se exceptúa de esto. El protagonista Ollantay desafía el poder omnímodo del Inca Pachacutec por el amor a una estrella de carne y hueso, la amada Cusi Coyllor hace lo propio, enfrentando al padre por el amor que reciproca con Ollantay; a través de esta dinámica de amor y compromiso surgen varios otros sucesos de devoción, de fervores intensos, y de apasionados comportamientos.

Con el transcurrir del tiempo una población en medio del Valle Sagrado de los Incas recogió este nombre: Ollantay.

Empero, tras el arribo de la doctrina europea y la instauración del racismo en nuestro medio, llamar a nuestros hijos e hijas con nombres andinos quedó proscrito por siglos. El nombre Ollantay quedó sentenciado a no ser usado hasta mucho después.

En el siglo veinte, luego de las hazañas teóricas y literarias de Mariátegui, Gonzales Prada, Arguedas, Vallejo, Scorza, entre otras personalidades, y movimientos sociales y culturales, específicamente indígenas, han modificado considerablemente estas condiciones. De tal suerte que ahora podemos asistir a un entorno absolutamente diferente y mucho más propenso a cambios que a continuidades. Los nombres o sobrenombres andinos, vinculados a la etapa autónoma, previa a la llegada de los ibéricos, están asociados en el imaginario colectivo con el advenimiento de un cambio, de una necesidad y búsqueda de un Inca, cómo apuntaba Flores Galindo, hasta el siglo pasado esto continuaba vigente. El siglo veintiuno no es una excepción.

De allí la impronta que ha dejado la etapa de Toledo, su forzada relación con la imagen del Inca Pachacutec, la trascendental movilización profundamente simbólica de los Cuatro Suyos, y el uso de la Chacana como distintivo de su agrupación política.

Ollanta tampoco es ninguna originalidad. Su candidatura e investidura actual se inscriben en este mismo derrotero. Pero al igual que el anteriormente citado, la simbología convocada ha excedido en extremos intolerables a la realidad del personaje.

Señalábamos al inicio del presente escrito, que la historia solía repetirse dos veces, una como tragedia y otra como farsa. Tal parece que la historia contemporánea de nuestro Perú diverso, ha forjado las condiciones para que la tragedia se convierta en una comedia.

La farsa es un género literario que se inscribe dentro de la comedia, siendo además el vehículo predilecto para mostrar a la realidad de forma exagerada y grotesca, la historia se desarrolla en torno a las extravagancias y vicios que tienen los protagonistas, o haciendo mofa de la falta de talentos de éstos.

Creo que hasta aquí la audacia de los lectores pueden advertir que existe un símil demasiado evidente en nuestro contexto actual.

La fuerza de la creación popular, la potencia plebeya en palabras de García Linera, ha sido capaz de crear no solo la tragedia del Ollantay -que como decíamos, debido al desconocimiento actual de su autoría individual, podríamos atribuir la producción al pueblo andino-amazónico-, sino que también ha elaborado a partir del comportamiento de los actores políticos actuales, una comedia con rasgos indiscutibles de farsa extrema, de vil representación de una bufonada.

Una prueba de ello es que la adrenalina de la masas impetuosas ha construido una alegoría prosaica que grafica de cuerpo entero al presidente que tenemos; la denominación de «cosito» está rubricada por una jerga de común entendimiento, que ubica características no solo propias sino de quien le acompaña, la construcción está hecha a la medida del público al que se dirige, y del cual proviene.

Ollanta y compañía, o en mejor versión popular Nadine y compañía, son los inmejorables protagonistas de estos excesos, vicios y extravagancias, que develan la realidad tal cual es, aquí, la aspiración de la farsa adquiere su imponderable intrepidez: poner de manifiesto la crítica social más comprensible para el pueblo en general. El lenguaje impugnador de las muchedumbres ha logrado sin vacilaciones fotografiar el momento.

Las masas ahora reclaman a la actual primera investidura del país, sus promesas, sus discursos, sus ofertas electorales, sus protestas sociales, sus compromisos colectivos, sus juramentos. Le enrostran cada vez con más fuerza cómo ha sido posible tamaña transformación, pero debajo de esta recriminación, las formas que adquiere esta condena están teñidas de burla e ingeniosidad. La farsa queda aquí manifiesta, y el farsante o los farsantes, evidenciados.

Las protestas bullen divulgando argumentos, denuncias, y reclamos; pero la burla, el sarcasmo, la parodia, el abucheo, y la rechifla, son las arengas preferidas de estas demandas, el lenguaje simbólico del pueblo muestra su flemática mordacidad impugnadora.

A estas alturas del análisis comparativo de la realidad peruana y la literatura, es necesario e imperativo anotar que así como la tragedia del Ollantay no tiene un trágico final, no toda farsa tiene un final cómico.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.