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La terquedad del Izote

Fuentes: Rebelión

De esto hace casi treinta años. El tiempo exacto transcurrido entre la imagen de Santiago en la cueva de La Guacamaya y el Santiago de hoy que, frente a la foto, me cuenta una historia casi imposible. El pelo ensortijado y la barba crecida de entonces, ahora recortados, están blancos. De eso hace casi treinta […]

De esto hace casi treinta años. El tiempo exacto transcurrido entre la imagen de Santiago en la cueva de La Guacamaya y el Santiago de hoy que, frente a la foto, me cuenta una historia casi imposible. El pelo ensortijado y la barba crecida de entonces, ahora recortados, están blancos. De eso hace casi treinta años. 29, para ser exactos.

¿Qué le dirá el Santiago, en el fondo de la cueva de La Guacamaya, a ese Santiago de hoy, que lo mira y lo recuerda? ¿Qué le dirá el Santiago de hoy, encanecido, a ese otro Santiago, sentado allá al fondo, ante el micrófono, con el pelo ensortijado y la barba crecida?

¿Se acordará todavía de la escena aquella, cuando se levantó, sin hacer ruido, una hora antes de emprender el viaje, el 24 de diciembre de 1980? (hacía tan solo año y medio que los sandinistas habían entrado, triunfantes, en Managua. El lago, bajo la luz de la luna, era apenas una mancha clara).

Han pasado casi treinta años, y seguramente los dos Santiagos tienen mucho de qué hablar.

Se iniciaba entonces una de las historias más increíbles y conmovedoras de las muchas que ocurrieron en aquella guerra. Para mí, fue siempre un misterio el pensar cómo sobrevivió esa radio toda una década de guerra sin dejar de transmitir casi un solo día.

No se trata solo de la vida diaria, de protegerla, de conseguir gasolina para el motor, de mantenerla viva, en el aire. Se trataba también de hacer periodismo en esas condiciones, de hacerla creíble, de hacerla imprescindible.

Lo creo porque la oía, porque veo las fotos, porque ahí está Santiago.

Desde el otro lado del frente de combate, detrás de las líneas, lejos de El Salvador, nos fuimos enterando de a poco: «Transmite radio Venceremos, desde Morazán, El Salvador… territorio en combate contra la opresión».

Un rumor

Al principio, era apenas un rumor. ¿La oíste? ¿Será cierto?

Tenía que hablar con él, preguntarle cómo era, cómo lo hacían.

Ni la historia ni el escenario me eran del todo ajenos.

Al mismo tiempo que Santiago cruzaba las líneas, para internarse en el terreno de las guerrillas, en Morazán, del lado de acá nuestra atención de periodista se volcaba, más y más, sobre ese conflicto.

Hacía tan solo tres años que había llegado a América Central, pero el trabajo me llevaría muy adentro de esa guerra. Conocí campamentos guerrilleros, visité zonas ocupadas, y acabé escribiendo un libro con mi visión de esa historia. Digo esto sólo para añadir que, pese a todo, seguía siendo (y quizás lo sigue siendo) incomprensible la supervivencia de esa radio, que terminó por jugar un papel notable en la guerra.

Veo a los dos Santiagos y pienso en el tiempo transcurrido. En las cosas que pasaron. El guerrillero FMLN está hoy en el gobierno. Pero, de algún modo, de otro modo, la guerra sigue: en El Salvador (acabo de leerlo) las mafias cobran 18 millones de dólares anuales a los autobuseros para dejarlos circular. 140 trabajadores del sector fueron asesinados este año, por haberse negarse la empresa a pagar el tributo.

Es otra guerra, pero la de siempre: no es la de la pobreza, sino esa guerra que se genera en una disparidad tan profunda, que termina enfrentado al que no tiene nada con el que tiene cualquier cosa.

Esta historia comienza…

¿Cuándo comienza esta historia? ¿Esa madrugada, hace 29 años, cuando Carlos se levanta (todavía no se llamaba «Santiago»), sin hacer ruido, y ese olor a frutas fermentadas entra por la ventana, para aumentarle la tristeza? O, quizás, unos días después, cuando se oye aquél anuncio: -Trasmite radio Venceremos, desde Morazán, El Salvador… territorio en combate contra la opresión… y aquella guerra empezaba a filtrase en nuestras venas, a circular en nuestra sangre, a obligarnos a un esfuerzo diario de convivir con el asombro, a separar la paja del trigo, a distinguir la verdad de la mentira (dos palabras tan tajantes que la realidad se encarga de enredar).

Comenzaba entonces nuestro diálogo con Carlos Consalvi, «Santiago», mudo, a la distancia. Él hablaba y nosotros respondíamos. Nosotros preguntábamos y él respondía.

Los recuerdos se hacen borrosos, casi 30 años después. Pero, para un periodista que trabajaba en una agencia internacional de noticias, el desafío era grande. ¿Esa fuente era confiable? Hablaba de realidades, o nos vendía fantasías?

La respuesta no era clara, por lo menos al principio. Primero, porque la realidad no lo era. Esa guerra tenía una dimensión irreal, difícil de explicar. Hasta que fue creciendo la verdad de esa radio, y haciéndose imprescindible para contarnos la otra cara de una historia asombrosa.

En un país de solo 21.000 km2, sin grandes montañas, ni selvas donde esconderse, era difícil explicar una guerra que duró más de una década.

Y esa radio, que mañana y tarde, salía al aire: -Trasmite radio Venceremos, desde Morazán, El Salvador… territorio en combate contra la opresión…», volviéndose una obsesión para quienes la escuchaban, para quienes querían enterarse y para quienes querían destruirla. Una obsesión… «¡Mientras no acabemos con la Venceremos, vamos a tener un cangrejo en el culo!», decía el coronel Monterrosa, cuya vida (y cuya muerte) estarían, para siempre, vinculadas a la radio.

¿Cómo no la detectaban, como no la ubicaban y destruían? Santiago me explica como se les ocurría transformar las alambradas en el campo en sus antenas. O escondiéndola en La Guacamaya, o moviéndose, trasladándola cada vez que los militares se acercaban. Pero, en definitiva, «escondiéndola» en medio de esa red campesina de Morazán que la cobijaba.

La terquedad del izote…

Era «La terquedad del izote», que la hacía sobrevivir y luego dio título a su libro, donde cuenta esa historia.

En pocos días, el 10 de enero, la radio cumplirá 29 años de haber salido al aire. ¿Lo celebrará Santiago, mirando a ese otro Santiago mientras transmite en la «Cueva de las Pasiones»? Quizás le cuente que la radio ya no existe, que ahora ya no es periodista, pero que sí existe, que sí está allí, que no es solo un recuerdo y que la prueba de esa existencia es ese diálogo entre los dos Santiagos, el que transmite desde La Guacamaya, y el que lo mira hoy, desde aquí, desde la sala de este Museo, de la Palabra y la Imagen.

Todo comenzó así, hace casi 30 años, con el ascenso al Ocotepeque, a 1.180 metros de altitud. «A las cuatro de la madrugada -dice Santiago- llegamos a las riberas del río Torola. Para protegernos del frío entramos a una pequeña casa, sin despertar a sus habitantes. Tendemos el nailon junto a las brasas del fogón y dormimos profundamente». Santiago lo oye.

En marzo, a sólo meses de haber iniciado transmisiones, el ejército tiene ubicada la radio. Han detectado el punto exacto donde está. Un avión Arava lanza una señal de humo violeta a pocos metros de la entrada del refugio antiaéreo y los aviones Fuga Magister vienen en picada, a bombardear. La metralla pasa justo encima del refugio donde estaba el transmisor, recuerda Santiago, «pero los proyectiles no lograron traspasar el techo de tierra y troncos». Meses después, ahí mismo, en vísperas de Navidad del 82, el Batallón Atlacált asesinó a unos mil campesinos, en la masacre de El Mozote.

La «Venceremos«, que se había movido para escapar del cerco, vuelve a salir al aire. Había que denunciar el genocidio, explica Santiago.

Santiago oye…, como oigo yo aquí, frente a la Cueva de las Pasiones, frente a Santiago, que habla y escucha, frente a Santiago que me recuerda la terquedad del izote, frente a ese milagro y ese misterio, que hoy encarna en un diálogo imaginario del que he sido testigo…

* Gilberto Lopes es periodista, cubrió en los años 80 la guerra de El Salvador para la Agencia France Presse y publicó después un libro sobre ese conflicto.