Juan J. Paz-y-Miño Cepeda

Artículos

Como se conoce, América Latina es la región más inequitativa del mundo. Esa realidad tiene una larga formación histórica que deriva de la época colonial.

Los monarcas absolutos de Europa, durante la época del despotismo ilustrado (segunda mitad del siglo XVIII) y con el propósito de preservar el Antiguo Régimen, decidieron impulsar políticas para el progreso material de la nación, pero acompañadas con beneficios sociales. Servían al pueblo, pero no permitieron ningún acceso al poder. La frase que les identificó fue: “Todo para el pueblo, pero sin el pueblo”.

Ha crecido en Ecuador el cultivo de la memoria sobre la masacre de trabajadores ocurrida el 15 de noviembre de 1922 en la ciudad de Guayaquil.

Después de las independencias latinoamericanas, la construcción de las diversos Estados durante el siglo XIX confió en las iniciativas económicas de los sectores privados. Pero todos los países estaban dominados por clases terratenientes, grandes comerciantes y algunos banqueros, ya que las economías de la región eran básicamente precapitalistas y, además, oligárquicas.

La Doctrina Social Católica (DSC) se fundamenta en la Biblia, aunque se reconoce que la inauguró el Papa León XIII con la Encíclica Rerum Novarum (1891), en la cual se condenó al liberalismo y al socialismo, al mismo tiempo que se alentó la intervención del Estado para orientar la justicia, armonizando a patronos y trabajadores, pero inclinándose por éstos, a los que había que reconocer descansos, un salario justo, asociaciones obreras, pero no huelgas.

Desde un enfoque histórico-cultural, América Central debería comprender México, Guatemala, Belice, Honduras, El Salvador, Nicaragua, Costa Rica y Panamá.

En la sociedad contemporánea los millonarios ya no pueden engañar con impunidad. A pesar de ello, todavía falta tiempo para que la misma sociedad cuestione el origen de la riqueza.

Esta verdadera privatización del tiempo laboral, nueva e inédita en la historia latinoamericana contemporánea, seguramente convertirá a Ecuador en el primer país de la región que arrasa con la conquista mundial de 8 horas de jornada diaria máxima.

En un artículo anterior (https://bit.ly/39i9uR7) me referí a la reinterpretación histórica de la ultraderecha española (VOX), según la cual los conquistadores del siglo XVI fueron verdaderos “libertadores” de pueblos sometidos por los aztecas. No es una opinión aislada.

Después de concluidos los procesos de independencia, empezó la construcción de los nuevos Estados latinoamericanos bajo un doble signo: la idea de unidad, para constituir grandes países e incluso lograr una sola Hispanoamérica, cuyo mayor representante fue Simón Bolívar; y la presencia de las fuerzas desintegradoras de las oligarquías regionales, que pretendieron construir republiquitas bajo su dominio.

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