Artículos

Las aguas bajan revueltas en el Estrecho de Taiwán. Días atrás, un portavoz de Defensa de China continental advirtió que “la independencia implica la guerra”. No es algo nuevo. Es el espíritu y hasta la letra de la Ley Antisecesión aprobada por el Parlamento chino en 2005.
Hace cuatro años, recién llegado Donald Trump a la presidencia estadounidense y con el conservadurismo antiglobalista en su máximo apogeo, China se presentó en la macrocita de Davos como la gran valedora de la globalización.
Habiendo franqueado la barrera de los 70 años en el poder y teniendo en cuenta otras experiencias en similares circunstancias (desde el México del PRI a la extinta URSS con el PCUS), la cuestión de la longevidad se ha convertido en un asunto central en la política china.
Podríamos contextualizar la más reciente política de EEUU hacia China entre dos discursos, el del vicepresidente Mike Pence en el Instituto Hudson en 2018 y el del secretario de Estado Mike Pompeo en la Biblioteca Nixon en 2020.

Taipéi informó recientemente de que hasta trece aviones de combate chinos entraron en su zona de identificación de defensa aérea (ADIZ, siglas en inglés) en el suroeste de Taiwán, el mayor número observado en un solo día, siendo superado en la jornada siguiente con el despliegue de quince unidades.
Ante el relevo en la Casa Blanca, hay quien se afana en propagar la idea de que China y EEUU están encerrados sin remedio en una confrontación ideológica y geoestratégica esencial. Que si Washington quiere evitar, en definitiva, la disminución fundamental e irreversible de su estatus mundial, si ansía incluso conjurar el desmoronamiento de la civilización occidental, actualmente en peligro mortal, no tiene otra opción que radicalizar las represalias contra China y destruir de raíz su sistema político.

Desde 1949, el PCCh, fundado en 1921, es la columna vertebral del sistema político chino. Tras más de 70 años en el poder, la sociedad china se debate entre el orgullo por los logros del país bajo su gestión y el escepticismo respecto a la viabilidad última de un modelo a contra corriente de las tendencias democratizadoras globales. Algunos elementos deben tenerse especialmente en cuenta para comprender su persistencia, actual estatus y desafíos.
Trump se despide del cargo despachándose a gusto contra China: desde imposición de nuevas sanciones a altos funcionarios y empresas hasta la supresión de las “autolimitaciones” en los intercambios con Taiwán o acusaciones a la carta ya nos refiramos a la religión, derechos humanos, Hong Kong, Tíbet o Xinjiang.

Prácticamente in extremis respecto al objetivo planteado de su conclusión en 2020, la UE y China lograron suscribir el pacto bilateral de inversiones en medio de críticas y no poco escepticismo.

Taiwán, más incluso que las tensiones en el Mar de China meridional, se ha convertido en un referente muy actual del conflicto sino-estadounidense. A la espera de conocer los contornos de la actitud de la Administración Biden, durante el mandato de Donald Trump, el acercamiento entre Washington y Taipéi ha marcado una diferencia sustancial con respecto a administraciones anteriores desde la normalización de los vínculos diplomáticos (1978).