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Perú

Las cosas claras

Fuentes: Rebelión

Estamos ya en el marco general de la segunda ronda electoral programada para el domingo 5 de junio. Los grandes medios, en su clásico modo de sembrar ilusiones en el seno del pueblo, se ocupan del tema como si se tratara de una clara contienda democrática; y los dos candidatos en liza disputan, voto a […]

Estamos ya en el marco general de la segunda ronda electoral programada para el domingo 5 de junio. Los grandes medios, en su clásico modo de sembrar ilusiones en el seno del pueblo, se ocupan del tema como si se tratara de una clara contienda democrática; y los dos candidatos en liza disputan, voto a voto, las preferencias ciudadanas.

La opinión pública, sin embargo, no se entusiasma con la contienda porque no ve ella perfiles distintos ni caminos diferentes. Atisba que, en el fondo del pozo, anidan dos variantes de un mismo «modelo»: el ajuste neo liberal, que se viene descargando inmisericordemente sobre la mayoría de los peruanos desde 1992 a la fecha. Por eso, quizá, se resiste a tomar partido.

Es bueno, entonces, que se plantea el debate, y que los distintos segmentos del movimiento popular vayan abordando el tema con coraje y responsabilidad. De hecho, hs habido quienes han adelantando criterios, y hasta han pergeñado alternativas. Víctor Hurtado, Gisela Ortiz, Cesar Lévano y Susana Villarán -para citar sólo a algunos-, han optado por priorizar la tarea principal: cerrar el paso a la Mafia, e impedir que ella cope todos los Poderes del Estado, ganando también la Presidencia de la República.

Lévano, por ejemplo asegura que por eso, «sin necesidad de pactos y ni siquiera de diálogos, la candidatura de PPK empieza a subir gracias a la conciencia creciente del peligro que encerraría la presidencia de la hija del dictador». Y añade: «cada vez está más claro que los sectores democráticos deben optar y pronunciarse sobre los dos candidatos. No hace falta renunciar a principios, fines y programas. Lo único que se necesita es una declaración de independencia, un deslinde claro en cuanto a estrategia política y económica, y un derrotero de lucha en el Congreso y las calles».

Víctor Hurtado juzga una vocación suicida el no tener idea clara de la disyuntiva y llama a votar por Pedro Pablo Kuczynski sin hacerse ilusión alguna. Y Gisella Ortiz -la valerosa luchadora por la causa de los estudiantes de La Cantuta- insiste en señalar como irresponsable y peligrosa la propuesta levantada por quienes proclaman la abstención o el voto en blanco en nombre de supuestos «principios» que, ciertamente, nadie desdeña.

Es hora, entonces, que todos hablemos claro pensando con el cerebro, y no con el hígado y recordando el viejo apotegma leninista: hay que actuar siempre con la cabeza fría, y el corazón ardiente.

Lo primero que hay que recordar es que, bajo el capitalismo, la propaganda de la burguesía busca sacralizar el voto adjudicándole una falsa condición. Dice que ella es «la legítima expresión de la voluntad ciudadana», y no quiere admitir que ella -la «voluntad ciudadana»- nunca es libre, que vive condicionada precisamente por la misma propaganda burguesa, por el papel que juegan los medios de comunicación, que se empeñan en engañar al pueblo mintiendo descaradamente en torno a las propósitos de sus patrocinados electorales.

Buscan, en efecto, hacer creer a la gente -y muchas veces lo consiguen- que son «patrióticas» las recetas que nos llevan a remachar la dependencia que nos ata al Imperio; y que es «democrático» el voto que se deposita en beneficio de los explotadores.

Nada más falso. El voto es una decisión política, coyuntural, y que responde a los condicionamientos que se plantea ante los ciudadanos en una circunstancia concreta. En algunos casos -muy contados- el pueblo podrá votar realmente por «sus candidatos», es decir Por aquellos que verdaderamente luchan en defensa de sus intereses y por sus derechos. Pero con mucho mayor frecuencia deberá optar por opciones que no responden a su voluntad, acicateado, como está, por enemigos más poderosos y temibles.

Y esto, que ocurre en el escenario electoral, sucede también en el plano de la política. Y da lugar a un fenómeno que el infantilismo no comprende: los pactos y los compromisos. Una gran figura de la historia, Lenin, nos llamaba a saber distinguir siempre asegurando que hay compromisos y compromisos. Nos decía: «rechazar los compromisos por principio, negar la legitimidad de todo compromiso en general, cualquiera que sea, constituye una puerilidad que incluso es difícil tomar en serio. El político que quiera ser útil al proletariado revolucionario debe saber distinguir los casos concretos de compromisos que son una expresión del oportunismo y la traición», de los otros, que son impuestos por una realidad existente al margen de la voluntad de los revolucionarios.

Recordemos, por ejemplo, el comportamiento de los bolcheviques rusos en septiembre de 1917, cuando la tentativa de Golpe de Estado urdida por Kornilov. Ellos, que había dado desde abril la consigna de «ningún apoyo al gobierno provisional», y que desde julio habían levantado la tesis de «Todo el Poder para Los Soviets»; se vieron de pronto impelidos a apoyar a Kerenski porque, al decir del propio Lenin, había surgido «un giro completamente inesperado»: «Lucharemos contra Kornilov y, por el momento, no derrocaremos a Kerenski». Esa flexibilidad táctica les permitió dos meses después, dar al traste con el Poder de la Burguesía, e instaurar la República Soviética que tanto habían prometido.

El voto, como los acuerdos y los compromisos políticos, no son preceptos bíblicos, ni tienen el carácter de mandato imperativo, Responden a un escenario concreto signado por una realidad predeterminada. Y en ella, actúan los pueblos en atención a sus verdaderas posibilidades de decisión.

Como tendremos que definir en el plano electoral, una determinada opción el próximo 5 de junio, es necesario referirse en concreto al tema. Con frecuencia oímos una expresión: «Kuczinski y Keiko, son lo mismo». Eso no es así.

Sus programas económicos son muy parecidos -casi iguales- porque ambos suscriben el neo liberalismo, que cautivó la mayoría electoral del pasado 10 de abril. Pero en el plano político, no son lo mismo. Kuczynski simboliza una administración de derecha vinculada por directamente al Poder Imperial. Keiko, representa la Mafia en el Poder.

En algunas áreas -la política internacional, por ejemplo, PPK es peor que Keiko. Tiene una actitud más agresiva ante Cuba, Venezuela y el Proceso Emancipador Latinoamericano. Pero en el plano interno -para el Perú y sus habitantes- el Poder de la Mafia es cualitativamente peor. Eso, que fue demostrado hasta la saciedad bajo el fujimorato, se torna aún más evidente hoy, con el mensaje de Keiko y los suyos.

Hacen bien entonces las organizaciones y fuerzas progresistas de la sociedad peruana en llamar a todos a cerrar el paso a la Mafia. Su acceso al Poder sería no sólo una catástrofe nacional sino también un serio riesgo a futuro. La Mafia no se contentará con «administrar la crisis» durante los próximos cinco años. Llegará para reconstruir su Poder, y para quedarse.

Hay quienes dicen que «no importa», porque eso «agravará las contradicciones» y catapultará al Frente Amplio como alternativa para el 2021. No es así. Por un lado, es demostradamente falsa la teoría aquella de «tanto peor, tanto mejor», que suelen esgrimir algunos «radicales». Por otro, que con la Mafia en el Poder, no estará seguro ningún orden democrático. Ella acondicionará las cosas en función de sus intereses. Y contará, para tal efecto, con la «mayoría parlamentaria» ya alcanzada.

El Voto en blanco y viciado, es en el mejor de los casos, expresión de comprensible desesperanza, pero no sirve en positivo. Se demostró el 10 de abril: la suma de votos nulos y blancos, le dio a Keiko el 55% del congreso con apenas 25% de los votos. Por lo demás, hay que estar seguros de una cosa: los partidarios de Keiko no votarán ni viciado ni en blanco. Votarán por ella. Y más bien quisieran que «los demás» votaran así. De eso modo, ganarían.

El Frente Amplio o los Partidos de Izquierda, debieran mantener su independencia, que bien puede expresarse en la voluntad manifiesta de «no apoyar» colectivamente a ningún de los dos candidatos; pero debieran, si, dejar en libertad a sus militantes para que decidan, de acuerdo a su propia conciencia el carácter de su sufragio. No hay duda que, en la coyuntura concreta, cualquier ciudadano decente -de izquierda, de centro o de derecha- votará contra la Mafia. No será necesaria ninguna consigna, o acuerdo previo, para ese efecto.

Tienen razón los que aseguran que PPK es «el mal menor». Y que siempre «el mal menor es indeseado». Eso, es verdad. Pero, el mal menor, existe. No es una triquiñuela, ni una invención. En política, existe y existió siempre. Llevó a la izquierda chilena a optar por Alwin, el siglo pasado, para librase de Pinochet; o a votar Tancredo Neves, en Brasil, para salir de la dictadura de los militares. En el escenario mundial, hay múltiples ejemplos de eso.

Ese «mal menor no nos conduce a nada», se suele decir. Y sí. Podría conducirnos a nada si nosotros permanecemos estáticos, no nos movemos, ni luchamos por construir una fuerza propia; si no forjamos la unidad del pueblo, trabajamos por organizarlo, alentamos conciencia sentimiento de clase y promovemos sus acciones. Nada de eso podremos hacer, sólo si se impone la Mafia y arrasa con todo Si actuamos de modo consciente y responsable, podremos salir adelante. Después de todo, contrariando la carga más perversa, nos desembarazamos de García en la primera vuelta. Ahora, derrotemos a Keiko en la segunda.

Gustavo Espinoza M., Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera / http://nuestrabandera.lamula.pe

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.