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Entrevista a Martín Cúneo y Emma Gascó, autores de “Crónicas del estallido” (Icaria)

«Si no fuera por los movimientos sociales, el neoliberalismo continuaría siendo la religión de América Latina»

Fuentes: Rebelión

Testimonios de más de 200 activistas a los que se ha entrevistado durante un viaje de quince meses; 10.000 kilómetros hacia el norte por la carretera norteamericana desde Argentina a México (pasando por Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia, Nicaragua, El Salvador y Guatemala). ¿Quiénes son los protagonistas de «Crónicas del estallido» (Icaria)?, el libro de Martín […]

Testimonios de más de 200 activistas a los que se ha entrevistado durante un viaje de quince meses; 10.000 kilómetros hacia el norte por la carretera norteamericana desde Argentina a México (pasando por Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia, Nicaragua, El Salvador y Guatemala). ¿Quiénes son los protagonistas de «Crónicas del estallido» (Icaria)?, el libro de Martín Cúneo y Emma Gascó prologado por el periodista e investigador Raúl Zibechi. Las fábricas recuperadas, los cocaleros bolivianos, los forajidos ecuatorianos, las comunidades negras del pacífico colombiano, los movimientos de mujeres en Nicaragua, barrios empobrecidos que frenaron privatizaciones o vencieron a las multinacionales mineras…

«Si no fuera por ellos, el neoliberalismo continuaría siendo la religión de América Latina». Martín Cúneo fue cofundador del fanzine «Camisa de Fuerza», que se disolvió en 2003 para integrarse en Diagonal. En este periódico coordina la sección de Global, donde se tratan lo asuntos de América Latina. Emma Gascó ingresó en 2006 en el colectivo editor de Diagonal. Traductora de formación, trabaja como ilustradora y periodista, y está especializada en campañas de incidencia política. También ha publicado viñetas políticas en el periódico digital Rebelión. El lector puede descargarse el libro en http://cronicasdelestallido.net/download/1679/  

P-¿En qué países, de cuantos habéis visitado, consideráis que se ha producido una ruptura más tangible con el neoliberalismo? ¿Podéis citar medidas específicas?

En todos los países gobernados por los llamados gobiernos «progresistas» o del «socialismo del siglo XXI» se ha producido un giro en la política económica. Si antes se priorizaba el pago de la deuda, ahora la prioridad es el gasto social. Es el caso de Ecuador, donde el gasto en educación, vivienda o sanidad se ha duplicado con el Gobierno de Rafael Correa. También ése ha sido, hasta ahora, el caso de Argentina, con la ampliación de los planes de trabajo para desempleados, de la cobertura para millones de jubilados y amas de casa, o con la asignación universal por hijo.

En todos estos países, también, el Estado ha recobrado protagonismo y capacidad de intervención en la economía. Argentina nacionalizó las pensiones privadas y algunas empresas privatizadas, como Aerolíneas Argentinas o la petrolera YPF, medidas todas éstas impensables en los años 90. Bolivia también nacionalizó los fondos de pensiones privadas y dio algunos pasos para el control de su principal recurso natural, el gas, con la nacionalización de las acciones que le faltaban para tener el 51% en las empresas de hidrocarburos. Además, cada 1 de mayo, como un regalo del Día del Trabajo, ha decretado nacionalizaciones en los sectores estratégicos del país.

P-¿Puede hablarse asimismo de avances regionales? ¿Es posible que se dé un retroceso a las conquistas?

Quizá, el mayor avance dado frente al neoliberalismo no ha sido cosa de un sólo país sino del conjunto, con la política de integración latinoamericana. El primer gran triunfo se produjo en 2004, cuando George W. Bush tuvo que irse con las manos vacías de Mar del Plata, donde creía que la aprobación del tratado de libre comercio con toda América Latina sería un mero trámite. Pero ese primer triunfo se vio replicado con el inicio de la construcción de toda una arquitectura de integración latinoamericana inédita en la historia del continente.

Sin embargo, la ruptura con el neoliberalismo no es total, y nadie puede asegurar que no tenga marcha atrás. Se ha dejado atrás la versión más ortodoxa del Consenso de Washington, basado en la desrregulación, la privatización y el ajuste estructural, un modelo económico donde la especulación era el negocio más rentable, para entrar en un modelo donde se ha empezado a recuperar el tejido productivo y en algunos casos, tímidamente, el tejido industrial. Este giro, acompañado con el gran incremento de precios que han experimentado las materias primas en la última década, ha permitido reducir el desempleo y los niveles de pobreza y marginación en casi todos los países de América Latina.

Pero la pesada herencia colonial sigue presente en todos los países de la región. En Bolivia, pese al famoso Decreto de Nacionalización, Petrobrás sigue controlando el 60% del gas del país y la diplomacia brasileña ha conseguido con sus presiones reducir en buena parte el alcance de la nacionalización.

P-¿Cómo observáis la dialéctica desarrollismo/sostenibilidad y protección del medio ambiente?

Frente a la necesidad de financiar los costosos planes sociales, los distintos países «progresistas» no han dudado en volver a recurrir a lo que siempre había funcionado desde tiempos de la colonia: el extractivismo. De esta forma -como ese otro modelo no terminaba de llegar- los nuevos gobiernos se han lanzado a entregar territorios y recursos naturales a las multinacionales mineras, petroleras y del agronegocio de China, Brasil, Canadá, India, Japón, Taiwán, Corea del Sur y, por supuesto, también de EE UU.

Para hacer atractiva la inversión extranjera, el porcentaje que se queda en el país no es muy diferente al de los 90. Con respecto a la «larga noche neoliberal», tampoco han variado mucho las exigencias ambientales y el respeto de los derechos humanos o de las poblaciones que viven sobre los terrenos en disputa.

Un ejemplo muy claro es el de Argentina: a finales de 2012, un juez decretó el embargo de todos los bienes de Chevron-Texaco en el país, como forma de pago por el juicio que la multinacional había perdido en Ecuador por haber causado una de las catástrofes ambientales más graves de la historia. Casi al mismo tiempo que Argentina firmaba un acuerdo con la compañía estadounidense para que explote una reserva de hidrocarburos en la Patagonia por medio de la contaminante técnica del fracking, las más altas instancias de la justicia argentina levantaron el embargo.

Tal vez el ejemplo más brutal es el de Nicaragua, que mantiene un discurso soberanista y socialista a la vez que está dispuesto a ceder parte de su soberanía durante 100 años para que un dudoso multimillonario chino construya un segundo canal interoceánico.

P-En relación con la pregunta anterior, ¿Cómo observáis los problemas que en ocasiones se plantean entre gobiernos de izquierda o progresistas y movimientos sociales?

En países como Argentina, Bolivia o Ecuador, ninguno de estos nuevos gobiernos hubiera podido siquiera acercarse al poder sin el acumulado de luchas sociales, que demolieron, por llamarlo de alguna forma, el «antiguo régimen». Y no sólo llegar al poder, sino sostenerse en él. La alianza entre los movimientos sociales ecuatorianos y bolivianos con los gobiernos de Rafael Correa y Evo Morales permitieron derrotar a la derecha hegemónica en los primeros años de Gobierno y aprobar las nuevas constituciones que debían «refundar» esos países. En el caso argentino, el apoyo social ha sido determinante para sortear con relativo éxito las sucesivas crisis de los últimos años. Pero tras los primeros años, esta «luna de miel» se ha terminado.

El momento de inflexión en Bolivia y Ecuador fue la aprobación de las nuevas constituciones. El caso boliviano es paradigmático. Mientras los movimientos indígenas, campesinos y sindicales rodeaban el Congreso, con Evo al frente, para que la derecha destrabara la convocatoria de un referéndum para aprobar el nuevo texto, dentro, los parlamentarios llegaban a un acuerdo: la derecha destrababa la aprobación de la Constitución a cambio de modificar algunos de los puntos más avanzados del texto. Si los asambleístas elegidos para redactar la Constitución habían escrito que los transgénicos quedaban prohibidos, los parlamentarios los legalizaban. El Congreso también limitó la reforma agraria, cambiando el texto constitucional, para que los terratenientes que ya tuvieran grandes parcelas de tierra no fueran afectados por los límites de 5.000 hectáreas impuestos por la Constitución.

La aprobación de la Constitución y las siguientes elecciones supusieron la derrota final de la derecha boliviana. Pero nuevos conflictos empezaron a surgir. Aunque ya no venían de la derecha antes hegemónica, sino desde los barrios y las bases de las organizaciones sociales, muchas de ellas afines al Gobierno. La movilización más espectacular se dio en 2010, con el levantamiento popular conocido como «gasolinazo». Los habitantes de los barrios más pobres salieron a la calle y obligaron al Gobierno a dar marcha atrás en la subida del precio de los combustibles. «Mandar obedeciendo», fue el lema que sacó Evo Morales poco después en carteles gigantes. Aunque seguía defendiendo la necesidad de ese decreto, el Gobierno se había visto obligado a seguir a rajatabla el slogan zapatista.

P-¿Y en Argentina?

En países como Argentina, los movimientos sociales que protagonizaron la caída de «antiguo régimen» han perdido gran parte de su potencial. Gran parte de los piqueteros, de los sindicatos y del movimiento de derechos humanos se convirtieron en columnas del Gobierno de Kirchner. Muchas organizaciones asumieron puestos de poder, se encargaron de repartir bonos y ayudas, incluso de reprimir a otros movimientos que seguían reclamando en la calle. Prácticamente todos los viejos movimientos fueron atravesados por el debate entre kirchnerismo y antikirchnerismo. El ejemplo más claro es el de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, que anunciaron en 2006 que ya no tenían un «enemigo en la Casa Rosada» por lo que abandonaban las históricas marchas de la Resistencia.

Esta deriva de los movimientos sociales, convertidos en organizaciones gestoras dependientes del Estado -no sólo en Argentina sino también en muchos países de la región- se tradujo en una derechización de casi todos los nuevos gobiernos: el Estado, con toda su deriva intrínseca, ya no tenía una presión en la calle que le llevara a profundizar los cambios. El miedo a que vuelva la derecha, a «hacerle el juego a la derecha», terminó provocando que los procesos de cambio empiecen a agotarse. Pero surgieron nuevos movimientos, como las alianzas ciudadanas contra la megaminería o las fumigaciones en Argentina. Otros movimientos resurgieron de sus cenizas, como el movimiento indígena en Ecuador, que gracias a mantener su independencia de Correa, fue capaz en 2009 de frenar hasta hoy la ley de aguas, que pretendía dar vía libre a la megaminería a cielo abierto.

P-¿Existe un hilo conductor en las reivindicaciones de las organizaciones populares de los países recorridos? ¿Habéis encontrado diferencias, a grandes rasgos, entre los movimientos sociales de América Central y del Sur? ¿Actúan en contextos diferentes?

Existen múltiples hilos conductores, como si se tratara de un complejo tejido en el que se cruzan y se mezclan luchas. Uno de ellos es el movimiento de derechos humanos y civiles, que se inicia con las dictaduras de los 70 y 80 y continúa hasta hoy denunciado y haciendo visibles desapariciones, crímenes de Estado o por parte de las multinacionales. Este movimiento ha conseguido grandes logros: desde debilitar dentro y fuera de sus fronteras a los regímenes militares a históricas condenas como las de Alberto Fujimori o de los máximos responsables de la dictadura argentina, pasando por hacer visible procesos de genocidio en gobiernos supuestamente democráticos, como es el caso de Colombia.

Paralelamente, ya desde los años 70 y 80 empezaba a surgir, desde los más bajo del escalafón social, el que se convertiría quizá en el movimiento social más influyente de los últimos 30 años en América Latina: el movimiento indígena. Desde la Patagonia hasta México empezaron a surgir nuevos formas de asociación, que ya no están sólo condicionadas por la clase social, sino también por la etnia, al confirmar que incluso dentro de las organizaciones de izquierda pervivía la discriminación racial. Después de intentar durante décadas liberarse como campesinos, empezaron a intentar esa liberación considerándose indígenas.

Casi todos los nuevos movimientos tienen una triple influencia: la comunista, a través de los movimientos de liberación nacional, influidos por Cuba y las experiencias guerrilleras; la influencia de la teología de la liberación, y, por último, de las prácticas y la cosmovisión indígena.

P-¿Qué conquistas destacaríais por parte del movimiento indígena?

Entre los logros más importantes de este movimiento destacan la recuperación del «orgullo indígena» y haber conseguido niveles de representación política inédita en la historia del continente. El caso de Evo es el más espectacular, pero no es el único. También movimientos indígenas en países como Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia, Guatemala o México se convirtieron en el «centro de las coaliciones políticas» que hicieron frente a las políticas neoliberales de los últimos 20 años. A pesar de ser en muchos países minoritarios -al igual que los estudiantes o los obreros en décadas anteriores- los pueblos indígenas consiguieron crear alianzas con otros sectores sociales para luchar contra un enemigo común: la mercantilización de la vida y la naturaleza. Los pueblos indígenas fueron los que primero sufrieron las consecuencias del neoliberalismo, por eso fueron los primeros en levantarse: en Ecuador, en 1990; en toda América, con la «celebración» de los 500 años; y en 1994, con los zapatistas.

Y ése es precisamente, el tercer hilo que recorre todo el continente, íntimamente unido con los dos anteriores, la lucha contra las políticas neoliberales. Todos estos movimientos consiguieron echar para atrás subidas de los servicios básicos, impedir que se privatizaran empresas públicas, lograr que empresas privatizadas vuelvan a ser públicas, expulsar multinacionales, impedir tratados de libre comercio, tumbar ministros y gobiernos neoliberales… En resumen, en muchos países consiguieron poner en crisis la aplicación de las políticas del Consenso de Washington, hicieron saltar por los aires los consensos de las décadas anteriores y hundieron a los viejos partidos y las instituciones que habían llevado a todos estos países a la miseria más absoluta.

También relacionada con todos los hilos anteriores, se posiciona, sobre todo en la última década, la lucha por el territorio frente al saqueo de las multinacionales, y como novedad, también de los Estados.

P-¿Cuál es la respuesta del sistema a las alternativas planteadas por los movimientos sociales?

Estos ejes de conflicto, de resistencia, y también de victorias de los movimientos son continentales. Sin embargo, el contexto cambia, es palpable la influencia de EE UU en el nivel de violencia que experimentan las organizaciones y colectivos en América Central y México. Dos terribles ejemplos son el golpe de Estado en Honduras en 2009, apoyado por EE UU, y la -supuesta- guerra contra el narco financiada en gran parte por el Plan Mérida (similar al Plan Colombia).

P-¿Cuál es la importancia de la mujer en las luchas sociales? ¿En qué reivindicaciones se concreta y en qué países es más relevante?

Las luchas de las mujeres están presentes de forma transversal en los últimos 30 años de América Latina. En los años 70 y 80, frente a las dictaduras que llevaron a cabo un genocidio contra las organizaciones y los activistas de izquierda, fueron las mujeres las primeras que se organizaron en los primeros grupos de derechos humanos y consiguieron que sus sociedades y también la comunidad internacional supiera qué estaba pasando, por ejemplo, en Argentina, Perú o Guatemala. Estas mujeres se convirtieron en piezas fundamentales en la pérdida de legitimidad de las dictaduras y la transición hacia la democracia.

Con la llegada de la democracia, muchos creían que sólo con elecciones se superarían los gravísimos problemas que estos países arrastraban desde hace décadas, o siglos, si se quiere. El presidente argentino Raúl Alfonsín decía que «con la democracia se come, se cura y se educa». No fue así. Cuando empezaron a instalarse las democracias en toda la región, también se expandieron las políticas neoliberales del Consenso de Washington. Frente al aumento del costo de la vida, la privatización de los servicios básicos, la sanidad, la electricidad o incluso el agua, fueron una vez más las mujeres quienes protagonizaron las luchas desde la base. Para comprobarlo, basta con mirar las imágenes de la Guerra del Agua, en Cochabamba, en el año 2000. Sin embargo, los principales líderes de esta época, muchos de los cuales terminarían siendo presidentes gracias a este empuje desde las bases, fueron hombres.

P-¿Ofrecieron respuesta a los pueblos las democracias neoliberales?

También muchos pensaron que con la llegada de esta nueva oleada de presidentes progresistas y la destrucción del «antiguo régimen» se solucionarían todos estos problemas de dependencias y subdesarrollo, que los primeros gobiernos después de las dictaduras habían agrandado. Tampoco fue así. Aunque la mejora de las condiciones de vida son evidentes en casi todos los países, el aumento del precio de las materias primas y la entrada de nuevas potencias ha agravado la situación de saqueo al que están acostumbradas estas tierras desde la colonia. Las mujeres, como tradicionales cuidadoras de la familia, la comunidad y la salud volvieron a cumplir un papel trascendental en movilizar a barrios y comunidades contra las multinacionales y los Estados que pretendían explotar sus tierras sin su consentimiento. El caso de las Madres de Ituzaingó, en Córdoba, Argentina, que se enfrentaron a las fumigaciones de glifosato sobre los barrios; o de las mujeres de Sarayaku, Ecuador; o de la Montaña de Xalapán, en Guatemala, son sólo unos pocos ejemplos de un fenómeno continental.

P-¿Qué ejemplos subrayaríais de luchas populares emparentadas con el movimiento obrero, en sentido clásico?

Una década larga de neoliberalismo fue mortal para lo que quedaba del movimiento obrero clásico. Los despidos masivos en la administración pública, el cierre de miles y miles de industrias y una precarización generalizada del trabajo hizo que los grandes sindicatos perdieran protagonismo. Si la COB boliviana o la CGT argentina habían sido dos actores claves en sus países en décadas anteriores, en los grandes procesos de cambio y en la caída de los diferentes presidentes neoliberales, no figuraron entre los protagonistas de esas luchas. Por poner un ejemplo, los trabajadores de las empresas recuperadas no se cansan de denunciar que, lejos de apoyarlos en sus demandas, la CGT siempre intentó boicotearlos. En el caso argentino otras centrales como la CTA, independientes del amarillismo de las centrales mayoritarias, y una multitud de partidos marxistas, dieron un nuevo impulso al movimiento obrero intentando incluir a los desempleados en sus organizaciones.

Uno de los ejemplos más claros de lucha exitosa dentro del marco del movimiento obrero más o menos clásico es la historia de Zanón, en la provincia de Neuquén, Argentina. Frente al amarillismo del sindicato de ceramistas, dependiente de la CGT, un grupo de trabajadores se presentó a las elecciones sindicales y desplazó a la «burocracia sindical». Cuando la fábrica se volvió ingobernable, el dueño decidió cerrarla. Pero los trabajadores la recuperaron. Y ahora, de las cuatro fábricas que forman parte del sindicato de ceramistas de Neuquén, tres están en mano de sus trabajadores.

Sin embargo, la influencia del movimiento obrero en toda esta generación de movimientos sociales es evidente, así como la adaptación de los métodos de lucha tradicionales a los nuevos tiempos: el piquete o corte de ruta, la desobediencia civil, la recuperación de fábricas, la ocupación de instituciones y espacios públicos, las acampadas, las caceroladas o los escraches.

P-¿Cuáles son, a vuestro juicio, las principales aportaciones del zapatismo? ¿Qué lecciones pueden extraerse para occidente?

Muchos movimientos, sobre todo en Bolivia y Ecuador, ya habían empezado a esbozarlo, pero el zapatismo lo sistematizó y lo hizo atractivo. Desde Chiapas, los indígenas zapatistas ofrecieron al mundo una alternativa real y factible para cambiar el mundo, quizá la primera desde la caída de la Unión Soviética, en un momento donde se decía que ya nada se podría interponer entre los negocios de las grandes corporaciones y las personas.

El zapatismo dijo que los de abajo cuentan y pueden cambiar, desde ya y sin necesidad de tomar el poder, la realidad. Ya no había que esperar a que se den las condiciones para el asalto del Palacio de Invierno, se puede empezar desde lo local, ganando espacios de autonomía, como los cientos de miles de hectáreas que controlan los zapatistas o el medio millón de hectáreas sobre el que gobiernan los indígenas nasa en el Cauca, en Colombia. Ganando espacios de decisión y soberanía, como lo han hecho las 74 comunidades guatemaltecas que con consultas ciudadanas expresaron su rechazo a la megaminería, y en muchos casos consiguieron frenarla; o como han hecho 10.000 personas en Argentina, que decidieron recuperar sus fábricas para no quedarse sin trabajo.

El zapatismo no lo inventó, pero le dio difusión y atractivo a un tipo de organización asamblearia y horizontal, que no pretende ser el guardián de la verdad, sino que establece alianzas con otros sectores sociales afectados por los mismos enemigos. «Para todos todo, para nosotros nada», decían los zapatistas, una idea que también está presente en el movimiento indígena ecuatoriano, cuando dice en uno de sus slóganes: «Nada sólo para los indios». El zapatismo cambió el discurso, los métodos, los objetivos… La historia de América Latina reciente hubiera sido muy diferente sin su aportación.

P-¿Por último, ¿Qué logros resaltaríais, en general, de las organizaciones populares durante vuestro periodo de estudio?

Si no hubiera sido por los movimientos sociales, el neoliberalismo seguiría siendo la religión de América Latina. Ninguno de los presidentes progresistas o del socialismo XXI hubiera llegado al poder (tal vez Hugo Chávez es la excepción que confirma la regla) y los enormes ingresos por la exportación de materias primas no se hubieran dedicado, al menos en parte, a reducir los índices de pobreza y mejorar la calidad de vida de la población. Tampoco hubiera sido posible la política de integración latinoamericana ni la recuperación de la identidad y el orgullo de la minorías y mayorías indígenas y afrodescendientes.

Quizá el principal logro haya sido cambiar los consensos sociales que sostenían las políticas neoliberales, sus partidos e instituciones como la única vía posible. De no ser por los movimientos sociales, hoy América Latina no sería, con todos sus matices y contradicciones, la región más progresista del planeta y donde más reveses ha sufrido aquello que se conoció como «pensamiento único», donde más se ha hecho para contradecir a Francis Fukuyama cuando decía eso de que la historia se ha terminado. Más información en cronicasdelestallido.net (http://cronicasdelestallido.net/)

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.