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Universidad en Guatemala: permiso para reconstruir

Fuentes: Rebelión

Críticas e intento de deslegitimación. A los Estudiantes por la Autonomía, EPA, promotores de la ocupación de la Universidad, se les denomina delincuentes encapuchados o narcotraficantes. En palabras del educado Consejo Superior Universitario, representan a un grupo de personas: por tanto, defienden intereses minoritarios y no los colectivos de la Universidad. Las descalificaciones pretenden validar […]

Críticas e intento de deslegitimación. A los Estudiantes por la Autonomía, EPA, promotores de la ocupación de la Universidad, se les denomina delincuentes encapuchados o narcotraficantes. En palabras del educado Consejo Superior Universitario, representan a un grupo de personas: por tanto, defienden intereses minoritarios y no los colectivos de la Universidad.

Las descalificaciones pretenden validar el desalojo violento de los estudiantes. Si este todavía no se ha producido es porque EPA reúne adhesiones sociales, políticas, académicas, humanas (al contrario de lo que la información transmite) y concita simpatías, abiertas o implícitas, derivadas inicialmente de un hecho subjetivo: todos hemos sido estudiantes, todos hemos sido jóvenes, todos hemos sido idealistas, audaces, atrevidos, inconscientes y consecuentes. Los estudiantes están logrando proyectar sueños inconclusos o todavía latentes, recuperan la memoria histórica de una Universidad y un movimiento social construido para cambiar el mundo, y representan «un golpe de dignidad popular junto a las luchas en las comunidades contra los megaproyectos» en un país « destrozado por las políticas neoliberales, la corrupción, el narcotráfico, y una élite cuya política es la de hacer negocios («sacarle el jugo») a toda esa catástrofe» (Sergio Tischler).

Por el contrario, las actuales autoridades universitarias, entre las que se incluyen poderes no formales, acumulan desprestigio: por su discutida participación en Comisiones de Postulación e instancias estatales (caso de Cipriano Soto, quien como representante de la Universidad en la Corte de Constitucionalidad avaló la participación electoral en 2003 del golpista y genocida Ríos Montt), por su alejamiento de la problemática del país, por su conversión en entidad que forma profesionales para la iniciativa privada (Virgilio Álvarez). En fin, el ensimismamiento, la corrupción, la inanidad y la mediocridad intelectual no legitiman las posiciones que abogan por el uso de la fuerza y un desalojo violento.

A punto de cumplirse dos meses de ocupación, el conflicto se radicaliza al tiempo que se despolariza. La despolarización proviene de que el enfrentamiento ya no es Estudiantes vs. Institucionalidad y Legalidad, Bochincheros frente a Autoridades Legítimas, Encapuchados contra Profesionales y Docentes de Reconocida y Probada Honorabilidad, sino que ha logrado el acuerpamiento de trabajadores, grupos de docentes, grupos de profesionales, ex dirigentes de la Asociación de Estudiantes Universitarios, movimientos sociales. El Emplazamiento Ético de profesionales es muestra de lo anterior. En él se solicita a los representantes de Colegios Profesionales en el Consejo Superior Universitario que respondan a la siguiente pregunta: « ¿Cuál es su postura en la actual crisis de la Universidad? ¿Votó usted a favor del desalojo? Exijo que la violencia contra las/los estudiantes no se ejerza en mi nombre».  

La despolarización de actores permite que el debate trascienda la ocupación como conducta delictiva y abarque el fondo de las demandas estudiantiles: el modelo de Universidad, los visibles e invisibles mecanismos de privatización construidos, el papel educativo, pero también social y político, de la academia. Este debate, no exento de dificultad, constituye un logro del movimiento estudiantil, independientemente de la resolución posterior de sus demandas.

Permiso para construir de nuevo

Un segundo logro de la movilización es la dignificación y recuperación de la acción política, en su sentido de reflexión sobre el poder actual y su necesaria transformación, dentro y fuera del recinto universitario. Esta reflexión ha sido aplazada por la despolitización neoliberal: la política desprovista de control sobre el modelo económico y desprovista de conflictividad y antagonía (concepción de los procesos sociales como descontaminados y asépticos, según Chantal Mouffe), reducida a lograr un desarrollo sustentable para todas y todos.

Así, el derrame social y político de la protesta estudiantil trasciende sus demandas, aunque se escenifica en la ocupación del territorio universitario. Con ecos del año 68, los estudiantes nos plantean «Construir otra universidad y construir otra historia». Comunicado Estudiantes por la Autonomía, 22 de septiembre: «Si bien el fin primordial de una universidad es la academia y la investigación, nuestra casa de estudios ha desempeñado un papel mucho más activo en nuestra historia, siendo la cuna del pensamiento revolucionario y el principal apoyo intelectual de las grandes mayorías de nuestro pueblo. De la Universidad deben surgir las soluciones a las grandes problemáticas sociales de nuestro país».

Ante las acusaciones de politización y subordinación a organizaciones sociales, los estudiantes refuerzan las reivindicaciones políticas, entendidas como el compromiso con «un desarrollo académico acorde con la situación general del país, los problemas de sus habitantes y las aspiraciones legitimas de la sociedad guatemalteca y los pueblos que la integran» (Comunicado Maestría en Psicología Social y Violencia Política). En este marco, el movimiento estudiantil debe conjugar las demandas académicas con las demandas generales (articulación de lo reivindicativo, lo social y lo político, según Isabel Rauber) y consolidar simultáneamente alianzas con movimientos sociales y alianzas internas dentro de la universidad.

Prohibido no equivocarse

El tercer acumulado del joven movimiento está implícito en la emergencia del estudiantado (ausente o casi invisible desde los años 80, especialmente en los últimos diez años) como actor fundamental en proyectos de cambios estructurales. La autonomía es a la vez demanda y dinámica de conformación de un sujeto, de una nueva generación de jóvenes comprometidos (más allá de lo cuantitativo). «Este movimiento estudiantil tendrá que aprender no sólo a crearse un espacio propio sino a mantenerlo estableciendo una relación respetuosa con el conjunto social. Ha sido un movimiento con grandes dificultades, ¿cuál no lo es?, pero la defensa de la soberanía cultural y educativa de la nación que han llevado adelante estos jóvenes, en contra del rechazo y desprecio de muchos de sus profesores, en contra de un Estado que los encarcela y los golpea, y a pesar de no logar siempre explicarse a sí mismos es un llamado a la conciencia ética, histórica y moral de la sociedad y un indicador de que la exclusión promovida por los grandes poderes mundiales tiene remedio en los sujetos colectivos que empiezan a brotar por todos los rincones» (Ana Esther Ceceña, a propósito de la Huelga de la Universidad Nacional Autónoma de México, UNAM, 1999).

Este proceso, desarrollado a partir de ensayos y errores, para los que es imprescindible la intención, la equivocación y la enmienda, enfrenta retos fundamentales. Externos: las amenazas de criminalización, represión, cooptación.

A lo interno: la dificultad de madurar en un contexto de luchas sociales desarticuladas, frecuentemente herederas del autoritarismo y penalizadoras de las diversidades (especialmente cuando invisibilizan el aporte y las demandas de pueblos indígenas y mujeres). Hasta el momento, en un proceso dialéctico, abierto, no irreversible, el movimiento estudiantil apunta a nuevas formas de organización y lucha:

· las propuestas políticas se imponen sobre las demandas específicas;

· la identidad de sujetos y sectores articulados prevalece sobre la hegemonía de siglas y organizaciones;

· la radicalidad en los principios y valores, expresada en la huelga de hambre de cinco estudiantes desde el 26 de agosto, sobresale sobre las transacciones pragmáticas,

· la movilización para construir procesos de diálogo y acción política en equidad se revela más efectiva que el diálogo (y la acción política) sin movilizaciones.

· la solidaridad sustituye a la centralidad de los fondos de la cooperación;

· el ejercicio del debate, la innovación, el estudio y la reflexión estratégica se impone sobre el inmediatismo, el activismo y la reactividad sin propuestas.

En el medio plazo, un deseable escenario sitúa el movimiento estudiantil como dinamizador del relevo generacional de luchas, no sólo en cuanto a nombres y personas, sino sobre todo en cuanto a concepciones y prácticas.

Es posible cambiar

El movimiento estudiantil, generador de ilusiones, recuperador de propuestas utópicas, debe al mismo tiempo insertarse en el hoy histórico, con sus contradicciones y límites: se propone cambiar la Universidad y tal vez el mundo pero no tiene la responsabilidad de hacerlo ni puede hacerlo solo. Es un reto colectivo y compartido.

No obstante, el movimiento redefine correlaciones de fuerza desfavorables, no en lo cuantitativo, sino en lo simbólico (de nuevo con independencia de la solución positiva a sus demandas) demostrando que, a partir de movilizaciones sociales amplias, pueden generarse situaciones de equilibrio político y espacios para volver a imaginar la construcción de una nueva universidad y una nueva sociedad.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.