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Entre su hostilidad a China y la imposibilidad de apartarse del mayor socio comercial de Brasil, el presidente Jair Bolsonaro vive el momento más amargo del dilema que amenaza con perjudicar aún más su gobierno.

Nadie murió de hambre en la peor sequía en la ecorregión del Semiárido de Brasil, vivida entre 2011 y 2018, contrastando con el pasado en que la escasez de lluvias provocaba muertes, saqueos de comercios, huidas masivas hacia el Sur y cruentos conflictos.

Brasil y su gobierno se distraen con las elecciones municipales del 15 de noviembre y las peleas sobre la vacuna anticovid-19, sin prepararse para la tempestad social contenida en los dilemas económicos del país.
Estados cada día menos laicos, con adioses al aborto legal, al matrimonio homosexual, a otros derechos de géneros minoritarios y a la educación sexual, podría ser el futuro de muchos países en América Latina si sigue el ascenso político del fundamentalismo religioso.

Si el gobierno brasileño no ve el rojo de los incendios forestales con sus ojos, tendrá que verlo por el bolsillo, es el aviso de grandes empresas e inversionistas internacionales y también del propio país.