
Mientras el mundo expectante se aproxima al cambio de mando en los Estados Unidos y se regodea en las nuevas olas del Covid-19, como si solo fuera un castigo celestial y no obra de la irresponsabilidad personal de muchos, en lo más profundo y remoto de ese mismo mundo, en la soledad más absoluta, un pueblo o los muchos que conforman la República Democrática de Congo, con casi 85 millones de habitantes, no deja de abismarse en la violencia.