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Nils Castro: ¿desinformado o mentiroso?

El sandinismo en tiempos de revolución

Fuentes: Rebelión

Nils Castro, exdiplomático pañameño y analista político con pretensiones intelectuales, publicó recientemente un libro titulado Las izquierdas latinoamericanas en tiempos de crear, en el que dedica un capítulo de cuatro páginas a Nicaragua y la Revolución Sandinista. Nos lo obsequió una amiga mexicana que seguramente no lo había leído, con todo y autógrafo del autor, […]

Nils Castro, exdiplomático pañameño y analista político con pretensiones intelectuales, publicó recientemente un libro titulado Las izquierdas latinoamericanas en tiempos de crear, en el que dedica un capítulo de cuatro páginas a Nicaragua y la Revolución Sandinista. Nos lo obsequió una amiga mexicana que seguramente no lo había leído, con todo y autógrafo del autor, a quien tuvimos oportunidad de saludar sin sospechar de qué se trataba. Tan sorprendente resulta la desinformación que se exhibe en él (lo que desdice de la seriedad más elemental en este tipo de análisis) como los elogios que ha recibido, provenientes de personas con suficiente prestigio como para suponer que cometieron en este caso la menor falla posible: la de simplemente no haber leído al menos, el capítulo sobre Nicaragua, lo cual no deja de ser embarazoso para ellos, pues lo mínimo que se espera de quien comenta un libro es el conocimiento de su contenido, sobre todo siendo tan pequeño y de tan fácil comprensión.

En honor a la franqueza, es difícil pensar que un hombre nada despistado en asuntos internacionales, que se dedica precisamente al análisis de procesos políticos y sociales sobre todo en América Latina y que fue incluso en años recientes un alto funcionario de la diplomacia panameña, esté tan desinformado como aparenta en el capítulo que nos ocupa del mencionado libro. La otra opción es que esté mintiendo deliberadamente, lo que tampoco deja de sorprender, en vista de lo burda que en todo caso sería la manipulación, lo cual no es propio de una persona con la preparación y la inteligencia que se suponen propias de quien precisamente por eso, si hubiera querido hacer tal cosa contra el sandinismo, seguramente habría acudido a elaboraciones de mucha más calidad. Por lo demás, el escribidor panameño vierte una serie de criterios a nuestro juicio no solamente equivocados, sino evidentemente basados en datos que están a todas luces reñidos con la más elemental y disponible evidencia histórica.

Ya entrando en materia, Nils Castro plantea en su análisis que después de su derrota electoral (se refiere a la de 1990, que significó la pérdida del poder político para el sandinismo), el FSLN (…) dejó de estructurar las condiciones de organización y orientación popular requeridas para movilizar una resistencia colectiva capaz de impedir esa regresión (refiriéndose ahora al retroceso que vivió el país durante los dieciséis años de neoliberalismo). También dice el autor que durante los gobiernos que siguieron al sandinismo, reiteradas movilizaciones y protestas sociales reflejaron una inconformidad popular que desbordó los arregos y contemporizaciones cupulares que habían pasado a reinar, en busca de otros canales de expresión.

Debido a circunstancias objetivas propias de la historia de Nicaragua, en la cultura política de nuestro país existe la idea de que las cosas sólo cambian con balas o con votos, no quedando mucho espacio para la lucha pacífica en el imaginario colectivo, lo cual por un lado ha hecho que los revolucionarios nicaragüenses tengamos un sentido muy práctico de la lucha por el poder, que ha contribuido al alto nivel de unidad mantenido por los sandinistas, contrario a lo que es común en la izquierda latinoamericana. Pero por otra parte, esto impidió durante largo tiempo que en Nicaragua la lucha social como tal jugara un papel importante en la lucha revolucionaria, de modo que el movimiento social organizado en nuestro país como actor protagónico en nuestra historia surgió con la Revolución Sandinista y alcanzo su madurez al adquirir gran relevancia en las luchas populares de resistencia contra la derecha reinstalada en el poder en los años noventa. Al mismo tiempo, el origen revolucionario y la identidad sandinista de este movimiento social significaron siempre una enorme influencia y poder de convocatoria del FSLN y su liderazgo político entre los sectores sociales organizados, lo que contribuyó a articular la lucha social con la lucha política durante la época del neoliberalismo, transcurrida entre 1990 y 2006. Dicho sea de paso, curiosamente Nils Castro evita llamar por su nombre, como neoliberales, a estos gobiernos de derecha, prefiriendo llamarlos gobiernos que siguieron al sandinismo, siendo obvio en tal sentido, su interés en no hacer diferencia entre éstos y el actual gobierno sandinista, la cual quedaría establecida en caso de llamarlos como lo que fueron: gobiernos neoliberales, ya que en tal caso se estaría reconociendo tácitamente que el actual gobierno no lo es, lo cual va en contra de lo que sostiene una disidencia casi extinta, actualmente presente únicamente en el mundo virtual y mediático, con respiración artificial boca a boca proporcionada por lo que queda de la prensa escrita en manos de la derecha más retrógrada de nuestro país.

Es debido a los factores antes señalados que sin la convocatoria de la dirigencia política del FSLN, con Daniel Ortega al frente de ella, sería impensable el nivel de movilización social y lucha popular que se dio en nuestro país contra el neoliberalismo. No es casual que en el actual modelo político del poder ciudadano que promueve el sandinismo desde el gobierno, el movimiento social tenga un protagonismo que no tuvo nunca antes, incluyendo la primera etapa de la Revolución Sandinista, en los años ochenta. Es por eso que parece un mal chiste la imagen presentada por Nils Castro, de la ausencia de acciones de la dirigencia sandinista para estructurar las condiciones que permitieran una resistencia colectiva frente a la regresión neoliberal, y aún más, un movimento social actuando al margen del FSLN, pero lo que causa verdadera perplejidad es la referencia de Nils Castro a movilizaciones y protestas sociales (que) reflejaron una inconformidad popular que desbordó los arreglos y contemporizaciones cupulares que habían pasado a reinar…, aludiendo con esto último a lo que el autor llama conglomerado de pactos y compromisos con la derecha liberal moralmente más dudosa y con la cúpula eclesiástica, para luego afirmar que con estos asociados en 2007 el FSLN volvió al gobierno.

Son tantas falsedades en tan pocas palabras, que debemos ir con calma, además de algunas cositas interesantes que aún nos falta mencionar. Para comenzar, la combinación de la lucha popular con la defensa de los espacios políticos institucionales fue el eje central de la estrategia de gobernar desde abajo que el FSLN promovió durante toda la etapa del neoliberalismo en nuestro país, lo cual no significaba que la derecha gobernante iba a hacer lo que los sandinistas quisiéramos, sino que íbamos a impedirle hacer todo lo que ella habría querido, de modo que pudiéramos volver a gobernar habiendo preservado en un grado mínimo indispensable las conquistas revolucionarias (que era lo más difícil) y en el máximo grado posible los espacios políticos de poder del sandinismo y los espacios económicos de poder de los sectores populares (que era lo más práctico en nuestra realidad) para no tener que volver a comenzar desde cero, lo cual se logró, aunque hayamos permanecido, como dice Nils Castro, lejos de «gobernar desde la calle» en el sentido gramsciano del concepto. Quién sabe qué tan gramsciano será esto, pero lo cierto es que por ejemplo, el sandinismo logró, luego de dieciséis años de resistencia popular antineoliberal con el FSLN indeclinablemente al frente del movimiento social y de la lucha popular, pero también haciendo uso de sus espacios políticos institucionales, preservar en manos de los sectores populares (cooperativas, empresas asociativas y pequeños propietarios individuales) una porción suficiente de propiedades como para que al reasumir el poder el sandinismo no se tuviera que pagar el costo de la confrontación y la inestabilidad provenientes de eventuales confiscasiones, que fueron necesarias en los años ochenta, de modo que en esta nueva etapa la lucha por el poder económico en manos de las clases popularse ha podido librarse exclusivamente mediante los programas sociales emblemáticos (Bono Productivo Alimentario para el área rural, Usura Cero para el área urbana), la ampliación del acceso al crédito para los sectores populares de la economía y la titulación masiva de propiedades a nombre de campesinos beneficiarios de la reforma agraria de los años ochenta (cuyas tierras no fueron legalizadas en ese entonces) y desmovilizados de guerra (incluyendo en casos necesarios, compras de tierras a grandes propietarios privados para entregarlas a estos sectores).

En el marco de lo expuesto, en los años noventa en Nicaragua se libraron intensas jornadas de lucha popular callejera con barricadas y armas de fuego caseras, tranques al transporte vehicular, marchas, e incluso hubo alzamientos armados de ex soldados y oficiales del Ejército Popular Sandinista, todo ello en defensa de las conquistas sociales de la Revolución y en el caso de las formas más confrontativas de lucha (como los alzamientos armados), en defensa de la propiedad social y de la vida de los sandinistas puesta en peligro por la presencia de grupos armados contrarrevolucionarios que se negaban a desmovilizarse, conocidos como recontras, razón por la cual los grupos armados sandinistas fueron conocidos como recompas. Todas estas expresiones de lucha popular habrían sido imposibles sin el respaldo e incluso, en la mayoría de los casos la iniciativa del FSLN y más claramente, de Daniel Ortega muchas veces al margen de una dirección política que ya vacilaba en sus posiciones, pues debe quedar claro también que si alguien se oponía desde el FSLN a la lucha popular eran quienes poco tiempo después renunciarían a sus filas para formar otro partido, el Movimiento Renovador Sandinista.

Aquí es importante detenerse un poco, ya que Nils Castro se refiere en su libro a la necesidad de recuperar un diálogo incluyente entre las distintas vertientes del sandinismo y del FSLN con las demás expresiones del movimiento popular, para remozar las propuestas y estilos de las izquierdas nicaragüenses…, afirmando después que al considerar los probables motivos de la tercera derrota electoral y en medio del malestar y el alejamiento de algunos veteranos dirigentes, el FSLN se escindió. Mientras el ex presidente Daniel Ortega se empeñó en retener el mando del partido y su candidatura presidencial, otras personalidades constituyeron un movimiento político paralelo, crítico de ese continuismo y reivindicador de un regreso a los valores originales del sandinismo. Pero la dirección del Frente, a su vez, persistió en el esquema establecido y separó de sus filas a los críticos más connotados…

El origen de la disidencia sandinista «más connotada», organizada en el MRS, fue la crisis política interna del sandinismo, motivada por la derrota electoral de 1990 y el derrumbe de la Unión Soviética, hechos frente a los cuales surgieron dos posiciones ideológicamente contrapuestas: Una que planteaba la necesidad de un nuevo modelo socialista que sin abandonar los principios históricos revolucionarios (socialización de la propiedad, poder en manos de las clases populares, legitimidad de todas las formas de lucha revolucionaria y organización política de vanguardia para dirigirla), pusiera al día el programa del sandinismo ante las nuevas realidades de Nicaragua y el mundo, paralelamente a la elaboración de una estrategia en correspondencia con ello; y otra posición, que consideraba obsoleto el marxismo-leninismo, el socialismo y el antimperialismo, deslegitimaba los métodos violentos de lucha, planteaba la necesidad de que el FSLN adoptara las formas políticas tradicionales y se plegaba a los principios políticos de la socialdemocracia, con los cuales en realidad se habían identificado siempre las principales figuras que promovían esta posición. El primer planteamiento fue identificado rápidamente en el imaginario mediático llamado «opinión pública» como «los ortodoxos», encabezados por Daniel Ortega, y el segundo como «los renovadores», encabezados por el escritor y ex Vicepresidente Sergio Ramírez. En determinado momento se decidió oficialmente convocar un Congreso Extraordinario para definir cuál de las dos posiciones prevalecería. Esto fue en mayo de 1994, y la posición encabezada por Daniel Ortega y que defendía el socialismo, el antimperialismo, el carácter de vanguardia del FSLN y la lucha popular, resultó vencedora tanto en la definición del Programa y los Estatutos como en la elección de los cargos de dirección, quedando Sergio Ramírez fuera de la nueva Dirección Nacional, que quedó con una amplia mayoría favorable a los «ortodoxos». Lo mismo ocurrió en la elección de los cargos de dirección en los departamentos, quedando todos en manos del grupo mayoritario, encabezado por Daniel Ortega. Poco tiempo después los «renovadores» abandonaron el FSLN (nadie los separó de sus filas, para usar las palabras textuales de Nils Castro), y fundaron el MRS, cuyo debut en la política nicaragüense fue una alianza con un conglomerado de fuerzas políticas de la derecha para reformar la Constitución en 1995, valiéndose de que la mayor parte de los diputados del FSLN eran «renovadores», como ocurrió con la inmensa mayoría de quienes habían ocupado las más altas responsabilidades políticas y gubernamentales del sandinismo en la década de los ochenta. Sin embargo, en la base popular del sandinismo ocurrió todo lo contrario, de modo que en las elecciones de 1996 el FSLN obtuvo un 37.83% y el MRS un desastroso 0.44%.

Con la mencionada reforma constitucional de 1995 ocurrió un fenómeno interesante, y es que los partidos que se pusieron de acuerdo para hacerla llegaron con dificultad, todos ellos sumados, a un 5% de los votos en las elecciones de 1996. Esta contradicción de esos partidos entre ser minoría en el electoralo y mayoría en el Poder Legislativo, donde se supone que están los representantes de los electores en el esquema de la democracia representativa, se debió a que además de la deserción de la mayor parte de los diputados del FSLN en aquel momento, el otro partido fuerte (en este caso de derecha), el Partido Liberal Constitucionalista (PLC), tenía muy pocos diputados, debido a que al momento de ser éstos electos, dicho partido era una pequeña fracción integrante de la coalición de derecha que le ganó las elecciones al FSLN en 1990. Entre otras cosas, las reformas constitucionales de 1995 establecieron la segunda vuelta electoral para que nadie ganara en primera vuelta y así venderse ellos, los partidos minoritarios, al mejor postor. También estos partidos aprobaron la obligatoriedad de los dos tercios de votos en la Asamblea Nacional para elegir magistrados judiciales y electorales, con el objetivo de que las fuerzas política mayoritarias tuvieran que aliarse con ellos y así, lograr su nombramiento en esos cargos. Pero calcularon mal, porque en la elección siguiente el PLC ganó en primera vuelta y luego, únicamente sumando los votos del PLC y el FSLN podían elegirse los cargos en cuestión, de modo que ninguno de ambos partidos podía elegir si se ponía de acuerdo con terceras opciones fuera de ellos dos, no quedándole más remedio a los grupos minoritarios de derecha, incluyendo al MRS, que condenar demagógicamente las negociaciones producto de las cuales sandinistas y liberales nos veíamos obligados por los mismos que nos condenaban, a elegir magistrados, y esos que nos condenaban eran nada menos que quienes estando en ostensible minoría y sin consultar con nadie, se habían atrevido a reformar una Constitución que había sido hecha en grandes cabildos populares por el sandinismo en el poder, en los años ochenta. De modo pues, que los arreglos y contemporizaciones cupulares a los que se refiere Nils Castro son mucho más achacables al MRS (de quien ha tomado Castro ese discurso) que al FSLN.

Luego de que en los años noventa la prioridad del FSLN fue la lucha popular, en los primeros años del nuevo siglo el escenario principal de la lucha se desplazó a los espacios políticos institucionales, en aplicación de la ya mencionada estrategia de combinación de la lucha popular con la defensa de esos espacios. Al darse el cambio de prioridad, hubo nuevas contradicciones internas en el FSLN, pero aún la mayor parte de quienes nos opusimos a ciertos aspectos de la nueva modalidad, mantuvimos siempre la posición de que el FSLN seguía siendo la única opción política revolucionaria en Nicaragua y Daniel Ortega la persona idónea para el liderazgo de la lucha y del país, contrario a la posición de un grupo muy reducido que se sumó a la disidencia y cuyas posiciones fueron pareciéndose cada vez más a las de los «renovadores», hasta casi no distinguirse de ellos en la actualidad. Hay que decir, sin embargo, que la política de negociaciones del FSLN dio como resultado logros tan estratégicos como una Ley de la Propiedad que permitió defender con mayor efectividad el sector reformado de la economía como parte de las transformaciones en los años ochenta. Estos logros habrían sido imposibles sin las luchas que los precedieron. Por ejemplo, la mencionada ley fue aprobada inmediatamente después de una de las mayores jornadas de lucha (última de su tipo) con las que los sectores populares encabezados por el FSLN paralizaron el país en diversas ocasiones, pero tampoco estas luchas habrían tenido sentido alguno si no se hubieran hecho en busca de un resultado como ese.

Hablar de un conglomerado de pactos y compromisos con la derecha liberal moralmente más dudosa y con la cúpula eclesiástica, y de que con estos asociados en 2007 el FSLN volvió al gobierno, es una de dos cosas: exhibir la más absoluta ignorancia sobre la vida política de Nicaragua en lo que va del presente siglo (lo cual es difícil de concebir en una persona con contactos suficientes y que se supone bien informada) o simplemente, mentir con un desparpajo de solemnidad. No fue en alianza con la derecha que el FSLN volvió al gobierno en 2006, sino producto de la división de esa derecha a la cual se enfrentó el FSLN, y esa división fue posible gracias a las maniobras políticas hechas por la dirigencia sandinista, principalmente resultado de la reconocida habilidad del principal líder del sandinismo, Daniel Ortega. Esto también hizo posible logros tan decisivos como la modificación de las condiciones para ganar en primera vuelta, lo cual equivocadamente algunos cuadros cuestionamos en determinado momento, ignorando que el principal obstáculo para el aumento porcentual de votos a favor del FSLN estaba en la barrera del miedo a la guerra y al bloqueo económico norteamericano, el cual sólo podría ser superado luego de que el sandinismo volviera a gobernar sin guerra y sin bloqueo.

Fue el MRS quien terminó aliándose verdaderamente con la derecha, en contra del FSLN y apoyando sin ningún pudor a los candidatos más reaccionarios de la oligarquía, que contaban con el apoyo norteamericano, mientras el otro sector de la disidencia sandinista llamaba a la abstención, lo cual era una manera, digamos, más recatada de apoyar a esos mismos sectores oligárquicos proimperialistas, con la intención de hacerlo o no, pero conscientes de lo que estaban haciendo. Nils Castro, no conforme con lo ya dicho, incluye entre los asociados del FSLN (sólo existentes en su imaginación), a la derecha liberal moralmente más dudosa y la cúpula eclesiástica. ¿Qué quiere decir Castro con la derecha liberal moralmente más dudosa? ¿Acaso que hay una derecha moralmente «menos dudosa» y que fue con la peor de ambas en ese sentido, que el FSLN se asoció? Pues no, señor: Para información del aparentemente despistado analista, la derecha liberal en Nicaragua (que es con la cual ha negociado principalmente el FSLN, pero sin aliarse ni asociarse con ella), a pesar de la ostensible corrupción de su líder Arnoldo Alemán (cuyo partido ha vuelto a ser el grupúsculo que empezó siendo), no es, sin embargo, lo más corrupto que tiene la derecha en Nicaragua, sino su sector oligárquico, heredero de la tradición política conservadora y que en el presente siglo han pasado a ser la carta de presentación de la oposición pronorteamericana en nuestro país, con el expreso respaldo del imperialismo y apoyada sin empacho por el MRS, así como por el otro sector de la disidencia sandinista, aunque de manera en algunos casos vergonzante, pero en otros abierta. Como muestra un botón: El primer candidato presidencial de ese sector (derrotado en todas las contiendas electorales en que ha participado y en todas las candidaturas a cargos para los que se ha postulado) fue un banquero llamado Eduardo Montealegre (actualmente un putrefacto cadáver político sin enterrar), cuyo banco fue beneficiado por decisiones tomadas por él cuando era Ministro de Hacienda nada menos que de Arnoldo Alemán, y producto de lo cual se embolsó con muy buenos modales 500 millones de dólares del erario público, escudándose en su inmunidad parlamentaria al ser descubierto, aunque esto no trascendió mediáticamente, porque los medios de comunicación escritos en Nicaragua han estado bajo control de la oligarquía, cuyos intereses defiende el sector político en cuestión, que ha sido apoyado de manera abierta e incondicional por los mismos que acusan al FSLN de pactos y compromisos con el otro sector de la derecha.

Nils Castro habla de un diálogo incluyente entre las distintas vertientes del sandinismo y del FSLN con las demás expresiones del movimiento popular, para remozar las propuestas y estilos de las izquierdas nicaragüenses. En Nicaragua nadie podría decir semejante cosa sin hacer el más ostentoso ridículo, porque no hay a quien se le ocurra en nuestro país pensar en un movimiento popular al margen del FSLN, y menos aún que haya izquierdas fuera de nuestro partido, a no ser en este último caso, a un sector de la disidencia sandinista que es apéndice de los apéndices de una derecha cuyos dos partidos principales no llegan a un 4% en la más reciente encuesta, mientras el FSLN obtiene un 58% de respaldo y la gestión del actual gobierno un 78%, luego de haber ganado las últimas elecciones presidenciales con un 62% y las últimas municipales con un 78%. Pero Nils Castro se atreve a decir más adelante que la antigua convocatoria incluyente y motivadora quedó mermada, y que el discurso antimperialista del FSLN es inocuo porque el mismo sólo cumple su propósito cuando respalda a un régimen que logra sostenerse y reproducirse a sí mismo con base en la adhesión de las mayorías sociales de su propio pueblo. Ese consejo, evidentemente, fue enviado por Nils Castro al país equivocado.

Dice nuestro aparentemente distraído analista que el ex presidente Daniel Ortega se empeñó en retener el mando del partido y su candidatura presidencial… En lo que se empeñó Daniel Ortega fue en defender los principios revolucionarios cuando eso era lo menos rentable políticamente, por lo cual fue acusado por los «renovadores» de estar aislando al sandinismo, pero los aislados terminaron siendo ellos. Y fue por esa conducta consecuentemente revolucionaria, respaldada por una trayectoria de las más largas en el FSLN, que Daniel Ortega emergió como líder indiscutible del sandinismo y como su candidato presidencial. Nils Castro describe a la disidencia sandinista como personalidades que organizaron un movimiento político paralelo, crítico de ese continuismo y reivindicador de un regreso a los valores originales del sandinismo. Ciertamente, algunos de ellos son verdaderas «personalidades», pero la revolución no se hace con eso, sino con el pueblo, que es donde están las personalidades auténticas y anónimas, los cientos de miles de militantes y luchadores, en su mayoría jóvenes que están de manera permanente y apasionada cumpliendo sus tareas revolucionarias con total entrega al trabajo y a la práctica concreta. ¿Cuáles son, según Nils Castro, los valores originales del sandinismo? ¿La renuncia al socialismo, al antimperialismo, a la lucha popular, al carácter de vanguardia del FSLN? ¿La entrega en cuerpo y alma a los dictados del pensamiento único global impuesto por las potencias imperialistas? Porque es eso precisamente, lo que hacen las ilustres «personalidades» de la disidencia sandinista, tan admiradas por él. Esa cantinela de los valores originales se parece mucho, por cierto, a la del programa original de la Revolución que según la oposición antisandinista en los años ochenta, había sido traicionado por el FSLN en aquella época, cuando la dirigencia y estructura profesional de nuestro partido (al igual que el Gobierno) estaban mayoritariamente integrados por los actuales renovadores que ahora nos acusan de eso mismo de lo cual antes nos acusaba la derecha, tanto a ellos como a nosotros.

Nils Castro y esas «personalidades» a las que lo une esa admiración, son buenos para decirnos que no somos revolucionarios, pero no para decirnos qué cosas deberíamos y podríamos hacer y no estamos haciendo, para que sus ilustrísimas nos consideren revolucionarios. Lo que sí podemos decirles nosotros a Nils Castro, a sus «personalidades» y a cuantos quieran saberlo, es qué estamos haciendo para profundizar el proceso revolucionario que quedó inconcluso en los años ochenta, y que pudo haberse hecho y no se hizo en aquel entonces, cuando esas «personalidades» eran quienes mandaban en Nicaragua. Me refiero al Poder Ciudadano como expresión organizada de la democracia directa, nuevo modelo político para institucionalizar los cambios revolucionarios y lograr que el poder sea ejercido directamente por las clases populares, en un nuevo esquema en el cual la vanguardia (ahora abierta a la sociedad y horizontal en sus métodos de dirección y estilos de trabajo) no sustituye en el ejercicio del poder a las clases cuyos intereses defiende, de modo que ejerce la dirección del proceso mediante el trabajo político permanente de sus estructuras en todos los ámbitos de la sociedad y en un futuro cercano, en los nuevos espacios institucionales desde los cuales el pueblo ejercerá cada vez más directamente el poder; un pueblo que es para mandar y con un gobierno que es para obedecer lo que el pueblo mande. En los ochenta lo que se hizo, en cambio, fue volver a inventar la democracia representativa, creyendo que con ella podría institucionalizarse la revolución, lo cual fue producto de una correlación de fuerzas en el sandinismo favorable a los sectores socialdemócratas que no tardaron en mostrar su verdadera identidad ideológica de derecha cuando crearon la corriente «renovadora», que después se convirtió en partido.

La transformación revolucionaria de la sociedad nicaragüense, promovida por el FSLN desde el gobierno, se pone de manifiesto también en la disputa pacífica por el poder económico con políticas ya mencionadas antes, y por la hegemonía en todos los aspectos de la vida social y política, expresión de lo cual es el predomino del sandinismo no sólo en el gobierno bajo su control, sino en los Poderes Legislativo y Judicial, así como en las fuerzas armadas y la policía, con fuerte presencia en los medios de comunicación radiales, televisivos y digitales. Con esto tenemos que en el ámbito político, económico e ideológico-cultural, que es donde se hace la revolución, el sandinismo desde el gobierno viene avanzando con pasos agigantados, construyendo hegemonía revolucionaria y revirtiendo el retroceso neoliberal de esos dieciséis años funestos anteriores al 2007. Paralelamente, en los años que tiene el sandinismo de estar nuevamente gobernando Nicaragua, nuestro país ha pasado de ser uno de los más desiguales de América Latina, a ser uno de los menos desiguales. Se desprivatizaron la salud y la educación, se han reducido la pobreza en un 15%, el analfabetismo de un 35% a un 1.5% y la mortalidad materno-infantil en un 60%. Se resolvió la crisis energética causada por el neoliberalismo, se ha logrado un crecimiento económico sostenido (con cada vez más equidad social) de un 5%, en medio de una crisis económica global que impide crecer al resto de Centroamérica; crecimiento que será en Nicaragua de un 15% desde que comience a construirse el Canal Interoceánico a finales del próximo año.

Pero volvamos con nuestro singular analista, quien con inverosímil desfachatez llega a un verdadero paroxismo en su desinformación o su mitomanía (o ambas, según la opción que cada quien prefiera), cuando en otra parte pone como ejemplo de supuestos compromisos con la derecha y con la cúpula eclesiástica, que el FSLN derogó la ley del aborto, que había sido uno de los logros de la Revolución. Este hombre ni siquiera se ha tomado el trabajo, para su pretencioso análisis, de leer los periódicos del país que quiere analizar, porque bastaría con que los leyera (y cualquiera puede hacerlo por los medios electrónicos usuales en estos casos) para darse cuenta de que lo único que le queda a la oposición antisandinista en Nicaragua son los medios escritos y precisamente, la cúpula eclesiástica, que casi todos los días aparece en primera plana de los medios escritos atacando al FSLN. En cuanto a los sacerdotes que apoyan a la Revolución (entre ellos algunos que antes la atacaban, como el Cardenal Miguel Obando y Bravo, quien fue separado por el Vaticano de la cúpula eclesiastica precisamente a causa de su apoyo al sandinismo), no es nada nuevo en la Revolución Sandinista, que como bien dice el mismo Nils Castro, fue el primer proceso revolucionario en el mundo que logró unir la militancia cristiana a la militancia revolucionaria.

Cualquier persona medianamente informada (ya no digamos nuestro analista) sabe que en Nicaragua el aborto jamás ha estado despenalizado, incluyendo los años ochenta, contrario a lo que él afirma. Al respecto ha habido una gran manipulación proveniente de sectores que desde las filas de la derecha más retrógrada esgrimen un discurso feminista que no encaja con la atrasadísima y ostentosa mentalidad patriarcal feudal que predomina en la dirigencia y en las filas de la oposición antisandinista, cuya no disimulada incomodidad al tener que cargar con esas voceras, no le impide darles tribuna de la manera más hipócrita imaginable, siendo ellos los principales represores de los derechos de las mujeres, que sólo la Revolución Sandinista ha reivindicado en la práctica en nuestro país, actualmente con un conjunto de leyes orientadas a garantizarlos, como la Ley contra la Violencia de Género o Ley 779 (que ha sido rechazada por la jerarquía católica y por grupos protestantes) y la obligatoriedad, impuesta por el FSLN en el orden jurídico del país, de una participación femenina obligatoria en no menos del 50% de los cargos públicos electos y designados, gubernamentales y estatales (y partidarios, en el caso del FSLN). La visión de género se hace presente también en los programas sociales más importantes (el Bono Productivo y Usura Cero), que van dirigidos exclusivamente a las mujeres para beneficio de todas las familias correspondientes.

La manipulación en relación con el asunto del aborto consiste en hacer aparecer como penalizado el aborto terapéutico en Nicaragua, lo cual es falso. No hay una sola mujer que haya muerto producto de la no interrupción del embarazo cuando de ello depende la salvación de su vida. No hay un solo médico acusado, procesado, perseguido y menos encarcelado por esa causa. Y esto se debe a que sencillamente, no es cierto que el aborto terapéutico esté penalizado en nuestro país. Ese mito surgió de una interpretación antojadiza e intencionalmente politizada de una reforma jurídica asumida de idéntica manera, curiosamente, por la jerarquía católica y por sus supestas oponentes feministas, cada uno de ambos sectores llevando agua a su molino, y ambos llevando agua al molino común de la derecha oligárquica y proimperialista.

Tal interpretación interesada se refiere a la eliminación de una parte del artículo que establece, en el Código penal, la penalización del aborto en general (no del aborto terapéutico, que no ha estado nunca tipificado como un delito ni existe, por tanto, pena alguna para el mismo). Lo que se eliminó de ese artículo fue el procedimiento para decidir qué vida salvar cuando en un caso de aborto terapéutico se presentara la disyuntiva de elegir entre la vida de la madre y la del no nacido, el feto o el niño, como cada quien prefiera llamarle según su punto de vista sobre este tema. Aquí le llamaremos el feto, para fines prácticos. Esa reforma, que no penaliza aborto terapéutico alguno (ni siquiera en los casos excepcionales en que debe elegirse qué vida salvar), fue promovida ciertamente, por la jerarquía católica en plena campaña electoral de 1996, para tender una trampa al FSLN (precisamente porque no están «asociados»); trampa en la cual el FSLN no cayó, pues sabía que esa reforma no tendría ningún efecto práctico. Y gracias a que el FSLN no mordió ese anzuelo, es que se ha logrado en Nicaragua restituir muchísimos derechos a las mujeres, entre ellos algunos que hemos mencionado antes aquí. Pero resulta que además de lo ya dicho, la inmensa mayoría de los casos de aborto terapéutico se deben a embarazos ectópicos (que se dan cuando el feto está fuera del útero materno), situación en la cual no hay que escoger entre la madre y el feto, sino que hay únicamente una vida que salvar: la de la madre, pues en esa circunstancia el feto no tiene posibilidad alguna de sobrevivir, razón por que es de sentido común la aplicación del procedimiento correspondiente para salvar la única vida que es posible, lo que está y siempre ha estado fuera de lo regulado por el fragmento suprimido del artículo penal mencionado.

Sería bastante sano que finalizáramos estos comentarios de tan desafortunado capítulo de este libro de Nils Castro con un consejo a quienes fuera de Nicaragua y en nombre de ideas de izquierda atacan al sandinismo en el poder, prestándose al juego del imperialismo que pretende aislarnos políticamente, debido a que ello resulta necesario para cuando considera que ha llegado la hora de agredir a un proceso revolucionario o a un gobierno o régimen que no sea de su conveniencia. Es un consejo válido para todos los revolucionarios de cafetería, que sobre todo en el caso de los europeos, para satisfacer sus atormentadas conciencias buscan algún país revolucionario con el cual solidarizarse, y habiendo ahora tantas opciones en América Latina prefieren, para no ser «mal vistos», no solidarizarse con nosotros. Ni falta que nos hace, por cierto, pero con el veneno que reproducen impiden a otros hacerlo. A esos y a todos aquellos a quienes sirva de algo, les decimos que antes de pretender darnos clases a nosotros de cómo hacer la revolución, hagan la propia y quizás así podamos entender mejor lo que tratan de enseñarnos.

Carlos Fonseca Terán. Secretario Internacional Adjunto del FSLN

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.