Ya no resulta extraño encontrar la temática de las juventudes figurando en los discursos de los principales partidos políticos. De un tiempo para acá el tema de «los jóvenes» es uno de los principales caballitos de batalla en los momentos electorales; y no es un hecho fortuito: casi la tercera parte del registro electoral corresponde […]
Ya no resulta extraño encontrar la temática de las juventudes figurando en los discursos de los principales partidos políticos. De un tiempo para acá el tema de «los jóvenes» es uno de los principales caballitos de batalla en los momentos electorales; y no es un hecho fortuito: casi la tercera parte del registro electoral corresponde a las personas jóvenes (1). De ahí que los candidatos, cualquiera sea su color, hayan comenzado a apelar al «voto joven», políticamente indeciso y volátil, para mejorar sus resultados en los procesos electorales.
No obstante, son discursos vacíos. Todas las promesas de todos los partidos, en materia de juventudes, se reducen al típico esqueleto de una política social lo suficientemente ambigua como para no decir nada y no comprometerse realmente. Obviamente las problemáticas son comunes: desempleo, inseguridad, pobreza, carencia de espacios educativos y formativos, desigualdades por condición de género o edad, migración, entre otros. Las propuestas para abordarlas, desde la derecha y desde la «izquierda», cada vez se asemejan más. Y por converger en el diagnóstico y en las propuestas de abordaje, que son erradas en la mayoría de los casos, también comparten las graves deficiencias de fondo.
En primer lugar, los diagnósticos y las propuestas que de ellos se derivan parten de una carencia total de radicalidad. Las problemáticas son vistas a nivel de lo fenoménico y con ello se pierde la posibilidad de incidir sobre las causas verdaderas, que son estructurales, de las desigualdades e injusticias. De ahí que las propuestas pequen de inofensivas o de ilusorias. Por ejemplo, cuando se habla de hacerle frente al desempleo generalizado de las y los jóvenes, el gran paradigma de estos partidos es el fomento del emprendedurismo. Olvidan, no sabemos por qué, que el fomento del emprendedurismo en pequeño resulta inútil si se mantiene el régimen de liberalización a mansalva de las inversiones, si no hay políticas crediticias agresivas, si no se establece una política de distribución primaria de la riqueza y si no se abren espacios a iniciativas con una lógica distinta, como la economía solidaria.
Si no se modifica la lógica que subyace a la política económica, que supone el mantenimiento de un aparato estatal mínimo pero autoritario, anquilosado en lo económico y reducida su gestión a los temas sociales y de seguridad, si la política pública no da el paso a crear un entorno macroeconómico de mayor equidad y justicia, escasos, sino nulos, serán los resultados de las políticas sectoriales.
Para atacar los males que padecen hoy las juventudes y que son producto de un sistema netamente excluyente y empobrecedor, hay que al menos atender a tres elementos: a) posicionar en el centro de las preocupaciones del Estado la dignidad de la vida de los seres humanos; b) a nivel un poco más concreto, elaborar políticas públicas que ataquen las raíces de los problemas sociales (2), ello significa crear un entorno macroeconómico que haga viables las políticas sectoriales; y, c) específicamente en el tema de juventudes, retomar sus problemas no en el ámbito de lo superficial sino atendiendo al hecho de que es el desenvolvimiento y convergencia de las formas de dominación del capitalismo, del patriarcado y del mundo adultocéntrico, los factores que han hecho de este sector, un grupo excluido y vulnerable.
Notas:
(1) Según la Ley General de Juventud, se entiende por persona joven toda aquella cuya edad esté entre los quince y los veintinueve años, inclusive; de este segmento, sólo votan los mayores de dieciocho años que posean Documento Único de Identidad. Según información de DIGESTYC, este segmento etario representaría más 30% de la población en edad de votar.
(2) Hay que decir que en este momento y en El Salvador, ello equivale a modificar la lógica neoliberal que desde hace más de veinte años persiste en las políticas públicas y que redunda en fortalecer la acumulación del capital en desmedro de los derechos de las personas.
Alberto Quiñónez es miembro del Colectivo de Estudios de Pensamiento Crítico.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.