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El filósofo pasional y popular regresa al barro de la historia. Lejos de la pompa y fastos del academicismo que tanto cuestiona, José Pablo Feinmann se propone revitalizar la filosofía del sujeto comprometido con la realidad, como quien persigue a una presa que se esconde en lo tupido de la selva. En manos del autor […]
Su voz era un como un «río negro» con ese timbre cavernoso de orador sagrado. El acento pesimista de Ernesto Sabato coronaba a esa otra voz, la del monstruoso mundo de sus tinieblas, como decía en sus páginas, que surgía en sus novelas, especialmente en Sobre héroes y tumbas. Autor entrañable para miles de lectores, sin más patria o nacionalidad que el hachazo y la conmoción que significa transitar por los universos y laberintos de El túnel o Abaddón el exterminador, su muerte, hoy a la madrugada en su casa de Santos Lugares, a los 99 años, cuando parecía que festejaría su centenario de vida, no lo exime del «juicio de la historia». El dolor por la pérdida de un escritor fundamental del siglo XX de la literatura argentina no puede deslizar bajo la alfombra de la sociedad argentina heridas muy hondas que aún no han cicatrizado. El respeto y la admiración no debería traducirse automáticamente en indulgencia a las convicciones políticas de un intelectual ambivalente y paradójico, una especie de predicador atormentado que encarnaba la voz y los sentimientos de «todos», una mascarada tan convincente que escapó a su control.
Premio Cervantes de Literatura, el autor de Oscuro y La miseria del hombre, entre otros textos, solía decir que les debía a los mineros la capacidad mágica de ver el mundo. Se fue un poeta clásico y romántico, a la vez moderno y tradicional.
En su libro, de marcado perfil autobiográfico, el autor trabaja sobre la vida cotidiana de una familia de clase media baja en pleno proceso de descomposición, para reflejar la desintegración social que provocó el menemismo.
En su flamante trabajo, el antropólogo demuestra pocas pulgas ante las pretensiones teóricas y políticas de efímeras y perniciosas modas académicas. «No acepto que se pretenda elevar a postulado científico una posición ideológica», se planta.
Un faro con mostachos. Una máquina de lectura. Fuente de inspiración y de pasiones. La viva voz del intelectual de izquierda. Un símbolo del desacato. Un hombre que hablaba con todo su ser, con sus manos, sus gestos, con su respiración. David Viñas cosechó una legión de admiradores, privilegio que se les concede a pocos […]
Autor de Los dueños de la tierra y Un dios cotidiano, entre otras grandes obras, y fundador de la revista Contorno, formó a través de sus páginas a varias generaciones. Se extrañará su espíritu polemista y el estilo visceral con el que defendía sus ideas.
Carlos de Santos, presidente de la Cámara Argentina del Libro y destinatario de las dos cartas de Horacio González, dice que «lo más importante es tratar el problema y buscar soluciones que contemplen todas las opiniones y posiciones».
El director de la Biblioteca Nacional disparó la polémica. La presidenta Cristina Fernández le pidió preservar «la vocación de libre expresión de ideas políticas en la Feria del Libro». Y un grupo de escritores argentinos le agregó ingredientes a la discusión.
Nunca escribió una novela. Pero su vida tuvo mucho de novela rocambolesca y su tono provocador anticipó al dadaísmo y al surrealismo. Un libro, Maintenant, rescata su producción en la revista que dirigió entre 1912 y 1915, suerte de fanzine donde no dejó títere con cabeza.