Las secuelas de la derrota en Afganistán aunadas a su crisis estructural, tienen a EEUU sumido en un piélago de bandazos a diestra y siniestra.
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Occidente siempre ha estado obsesionado por “salvar” al mundo, a las mujeres que usan velo y ahora, las mujeres afganas han entrado en su listín de víctimas a salvar. Este tema ha inundado los medios de comunicación y a líderes y lideresas occidentales desde agosto, cuando Kabul cayó en poder de los Talibán y EEUU tuvo que acelerar su espectacular huida.
Cuando los talibán entran en el estudio de un pintor montan en cólera ante la visión de flamencos con las piernas desnudas, para ellos se parecían a las de las hembras humanas y, por lo tanto, eran libidinosas. Al artista le dan dos opciones: destruir su obra o poner pantalones a los animales.
Afganistán hoy es más pobre que en 2001, cuando se produjo la invasión norteamericana y de la OTAN. Ha estado inmerso en un espiral de guerras durante 45 años, de violencia y muertes sin pausa y está destruido y sembrado de minas antipersonales.
El triunfo Talibán introduce reconfiguraciones mundiales que es necesario observar con precisión. Además del impacto en EEUU, tanto interno como externo, los aliados incondicionales del Imperio en el proyecto invasivo han quedado a la deriva y resienten de muchas formas el impacto que los cobija al quedar confinados en la derrota, para la nueva configuración regional.
Han pasado 25 años desde que los talibanes entraron en Kabul, una mañana del 27 de septiembre de 1996. La mayoría de los muyahidines eran refugiados pastunes que habían estudiado en las madrasas (escuelas coránicas) de Pakistán. Su líder, un ser oscuro, analfabeto y tuerto, el ulema Omar, se hacía llamar Amir-ul-Muminin (El príncipe de los creyentes).
Cuando esta guerra termine, Afganistán te necesitará (hija mía) tanto como a sus hombres, tal vez más incluso. Porque una sociedad no tiene la menor posibilidad de éxito si sus mujeres no reciben educación. Ninguna posibilidad
(Khaled Hosseini, «Mil soles espléndidos»)
Como si 20 años de invasión y ocupación de su tierra no hubiesen significado, muerte, dolor y destrucción, la sociedad afgana experimenta hoy la intensificación de acciones y atentados terroristas que afectan, sobre todo, a la comunidad chiita signada como blanco.
Durante más de un siglo los hazara han sido esclavizados y vendidos. Tanto los hombres como las mujeres, como su descendencia, vienen sufriendo todo tipo de abusos por parte de los pastunes, la etnia autoritaria y dominante que se considera una casta superior.
En Afganistán hay unas 270 juezas que viven aterradas. Sólo unas pocas han logrado escapar y el resto se ha escondido, algunas en auténticos zulos, temiendo lo peor: su captura y ejecución. Otras esperan un milagro, “su rescate por organizaciones humanitarias” y una huida por el corredor de los refugiados.