
Debido a que Europa no ha sido capaz de hacer frente a las causas de la crisis, está condenada a hacer frente a sus consecuencias.
Debido a que Europa no ha sido capaz de hacer frente a las causas de la crisis, está condenada a hacer frente a sus consecuencias.
El presidente de Bielorrusia, Alexander Lukashenko, puede fingir obstinadamente que su país no tiene ningún papel en la invasión de Ucrania por Rusia, pero su decisión de bailar al ritmo de Moscú es fruto de su propia decisión.
Los europeos, alarmados por la escalada de tensiones en Ucrania, son los grandes ausentes en las negociaciones entre Moscú y Washington. Al alinearse con Estados Unidos, París y Berlín han empujado a Rusia a tratar directamente con Washington. Y han permitido que el Viejo Continente vuelva a ser un campo de batalla entre las dos potencias.
Explicar el descenso del sistema de Estados europeo a la barbarie de la guerra por primera vez desde el bombardeo de Belgrado por la OTAN en 1999 precisa de algo más que de un psiquiatra lego.
Una suerte que no haya premio Nobel para la estupidez humana porque resultaría imposible adjudicarlo de tan abundantes candidatos que habría, empezando por los gobernantes europeos.
La guerra en Ucrania pone en discusión, en el complejo mundo que nos toca, la posible extensión de la OTAN, el rol de Europa con Alemania a la cabeza, y la disputa de Occidente con Rusia.
Finalizada la Guerra Fría, los rusos veían su futuro en el marco de una Europa reconciliada y dotada de mecanismos de seguridad comunes. Al extender la Alianza Atlántica hasta sus propias puertas, a pesar de los acuerdos alcanzados, los propios occidentales sentaron las bases de la reacción nacionalista impulsada por Vladimir Putin.